martes, 25 de octubre de 2016

Las mentiras infantiles: Su gestión para el desarrollo sano del niño

Sketch by blinkybell
Las mentiras de los hijos es un tema que preocupa a muchos padres. Los niños experimentan con la mentira desde una edad temprana y, aunque no en todas las ocasiones han de ser un motivo de preocupación, es importante que los padres –y educadores- sepan cómo gestionarlas, dada la importancia educativa y emocional que encierran en el desarrollo sano del niño.

La respuesta que los padres y educadores dan ante la mentira es de gran importancia en la integración emocional y moral del niño. A partir de esto, nos animamos a hacer algunas reflexiones generales acerca de las mentiras infantiles, apuntando ciertos tópicos a tener en consideración.

La edad del niño. La mentira forma parte de la interacción humana y los niños, evidentemente, no están al margen de esto. Sin embargo, la etapa evolutiva por la que atraviesan representa un aspecto de vital importancia a tener en cuenta en el momento de gestionar y comprender la mentira.

Los niños empiezan a mentir alrededor de los 2 a 5 años. Esta es una etapa en donde no cuentan con la capacidad de discriminación realidad-fantasía a la que accederán en años sucesivos. Se trata de una etapa en donde están en pleno desarrollo las capacidades simbólicas y cognitivas, y en donde la fantasía tiene un papel fundamental que se expresa, por ejemplo, a través del juego. En esta etapa, los niños empiezan a aprender y comprender la idea de que su mundo interno y el de otros son distintos, se avanza hacia una subjetivación e individualización más maduras, abandonando poco a poco el egocentrismo infantil, hacia la comprensión del mundo relacional e interpersonal.

En esta etapa las mentiras suelen tener una relación directa con el mundo imaginario del niño, el mundo de sus deseos, miedos y fantasías. La mentira en este punto sirve como un canal a la imaginación y la creatividad, a la vez que un ensayo en la discriminación entre la realidad y la fantasía. La moralidad plena no está adquirida y la negación de la mentira por parte del niño –cuando es confrontado con la “verdad”- suele estar asociada a una falta de comprensión de la realidad o a la evitación de consecuencias negativas. Es importante que en esta fase se explore en la mentira y esta exploración no conlleve castigos punitivos, de manera que el niño pueda ir internalizando normas, formas de abordar la realidad y diferencias personales. Cuando el castigo es la respuesta inmediata y predominante ante la mentira, puede correrse el riesgo de coartar la capacidad imaginativa del niño y su expresión, a la vez que se imprime un criterio irreflexivo de “mal o bien”, “mentira o verdad”, que dificulta en un futuro hacer frente a las complicadas situaciones morales que se presentan en la vida.

En estas edades son comunes mentiras como “Soy un astronauta”, “Mi papá en Superman”, “La tarta de chocolate se la comió mi amigo el ratón”. Más allá del enfado como respuesta del padre, madre o educador, es necesario ser sensibles ante la expresión ‘en bruto’ de la fantasía, así como el juego que se hace con la realidad. Más que confrontar al niño, podemos darle valor a aquello que expresa a la vez que contextualizamos la realidad: “¡Te gustan tantos los planetas y el universo que quieres explorarlos como hace un astronauta!”; “La tarta de chocolate la hizo mamá para después de cenar, parece que tu amigo el ratón y tú se han comido por adelantado el postre”. En este último caso, ‘quedarse sin postre’ trasciende la mera noción de castigo, conecta la acción del niño a la realidad a la vez que se respeta su imaginación.

Aproximadamente a partir de los 6 años las mentiras adquieren un nuevo sentido, ya que hay mayor comprensión de las normas sociales. Dado que el juicio ético y moral está en pleno curso de desarrollo, las mentiras que se dicen a esta edad deben sondearse, buscando siempre la razón de las mismas. Asimismo, han de acompañarse de la relación que tiene “la verdad” con conceptos más complejos como la confianza, las consecuencias relacionales (no los “castigos” que vienen de mentir), la vivencia que pueden tener otros de la mentira dicha y la necesidad de autenticidad en los vínculos y en la expresión de lo que el niño es.

La madre de Cristina* nos comentaba en una sesión, que la niña solía mentir a sus compañeros en cuanto a sus aficiones (“Me gusta el baloncesto”, “Siempre me apunto a clases de baile”, “Soy excelente nadadora”). A su madre le preocupaba especialmente que la niña “estuviese acostumbrándose a mentir”, ya que a pesar de los castigos que venían tras descubrir cada mentira, la niña continuaba mintiendo. Tras explorar en las mentiras de Cris, fue posible ver su razón oculta: Un intento por conectar y acercarse a sus compañeros “para tener más amigos”. Su madre, tras entender la motivación que encerraba la mentira, le propuso participar en alguna actividad extraescolar de las que había mencionado para “probar” y tener oportunidad de compartir con otros de su misma edad. Además de ello, fue capaz de mostrarle a su hija cómo su intención de hacer amigos a través de sus mentiras surtía el efecto contrario, dado que los demás empezaban a desconfiar de ella. A través de esto, Cristina tuvo una excelente oportunidad para ver las consecuencias de la mentira en la relación con otros, el valor de la confianza y un permiso para ser más auténtica en cuanto a sus gustos y forma de ser.

Christian Schloe
A partir de los 11-12 años la mentira es más compleja, dado que la incursión en el mundo social es más completa, y los niños avanzan en su proceso de afirmación y búsqueda de autonomía. Asimismo, la complejidad de las mentiras aumenta dado el mayor desarrollo de las habilidades cognitivas, por lo que se es capaz de tener en mente la verdad y luego manipularla. En este sentido, la capacidad de “mentir con éxito” implica asimismo mayor capacidad de pensamiento y razonamiento, por lo que es de suma importancia evaluar el contenido de las mentiras que se dan a esta edad y la cantidad de las mismas. En esta etapa, la mentira no es solo reflejo de la capacidad cognitiva del niño, sino también de su mundo emocional y la importancia que concede a los temas de su vida. Así, la mentira esconde significados también complejos acerca de estos temas y, por tanto, requiere un manejo mucho más sensible. Aunque en la mayoría de los casos en estas edades, los padres y educadores se centran en las consecuencias, el principal objetivo ha de ser explorar la relación de lo dicho con el universo emocional del niño y, a partir de ello, responder ante el hecho que envuelve la mentira expresada. Comentamos un ejemplo de un caso derivado de nuestra experiencia en la consulta:

Santiago* es un niño de 12 años que llega traído por sus padres, dadas las reacciones agresivas que presenta frente a ellos en el momento de supervisar los estudios y deberes. Dicen verle irascible, ansioso y malhumorado, y temen que algo desconocido para ellos esté pasando y afectando a su hijo. Los padres, con gran angustia, nos cuentan cómo “pillaron” a Santi mintiendo a su profesora: Este tenía que entregar un trabajo y lo presentó “a medias”. Cuando la profesora lo confrontó, Santi argumentó que “estaba demasiado nervioso para hacerlo por la muerte de su abuelo”. Los padres se sintieron alarmados y horrorizados por esta mentira, ya que no solo el abuelo no había muerto, sino que les sorprendía que Santi no dudara en decir algo como eso para excusar una falta “tan grande” de responsabilidad. Tras varias sesiones con el niño, pudimos indagar en los motivos subyacentes de su mentira: Santi admiraba a su padre como a nadie. La imagen que tenía de sí mismo estaba cohesionada, principalmente, por cómo lo veía su padre y cómo se lo transmitía. Este, un arquitecto con amplísima formación, le daba importancia máxima al tema formativo, académico y escolar. “De un tiempo para acá” el padre –quien empezó a atravesar por duros momentos profesionales- supervisaba y controlaba con mayor minuciosidad y dureza el desempeño de su hijo a nivel escolar. Aunque no era capaz de darse cuenta, el padre de Santi estaba trasmitiendo su ansiedad profesional al funcionamiento escolar del hijo, quien a su vez empezó a sentir desconfianza y rabia hacia sí mismo y sus capacidades. De manera ‘inconsciente’ Santi sentía: “si mi padre, quien todo lo sabe, desconfía de mi capacidad y responsabilidad, por algo será”. Esta sensación, lo hacía, sin saber exactamente a qué se debía,  ‘explotar’ con sus padres y evadir ciertas responsabilidades. Dicho de manera sencilla, la mentira expresaba en este caso algo como lo siguiente: “La única manera que puedo evadir esta responsabilidad que no me siento capaz de afrontar, es que pase algo muy grave, algo como una muerte”. De alguna forma la mentira expresaba varios aspectos importantes del estado emocional del niño en ese momento:

-La sensación de no poder cumplir con la tarea por su ‘falta de capacidad’ percibida (lo que le lleva a abandonarla y no presentarla finalizada, también una metáfora de la imagen de sí mismo en dicho momento),
-La contradicción entre el deseo inconsciente por darle la razón a su admirado padre (“tengo que supervisarte todo porque no me fío de ti”) y su capacidad y responsabilidad real (Santi siempre había sido un estudiante responsable), lo que resuelve “siendo irresponsable y entregando la tarea a medias por una buena razón”,
-La comprensión de la gravedad de su falta (no llevar los deberes), que solo puede excusarse o responderse con algo de ‘gravedad’,
-La internalización de la importancia académica que le transmitía su padre y el deseo de ser como él –sintiendo rabia por “no poder serlo”-,
-La expresión indirecta de la agresión fantaseada a su padre por no confiar en él (era el abuelo paterno el protagonista de la mentira del niño).

Como refleja este caso, la mentira no solo intenta resolver contradicciones del mundo interno del niño, sino que además la raíz de la misma quedaría intacta si su manejo se centrara únicamente en el castigo impuesto al niño por mentir.


El manejo de la mentira por parte de los padres

El desarrollo moral se da en un contexto familiar y social. Aprendemos y hacemos nuestras las normas y reglas que rigen la vida en familia y las que son heredadas y transmitidas por esta. Vivimos en un mundo en donde la vida privada es bastante pública, y en donde, además, escogemos aquello que expresamos y mostramos de nosotros mismos frente a otros en redes sociales y encuentros personales. En este sentido, en muchas ocasiones el “permiso para mentir” se da inconscientemente por parte de los padres y figuras de referencia, quienes manipulan la verdad de cara a una imagen social.

Este punto está poblado de ejemplos cotidianos: La llamada que nos ha incordiado a la hora de la comida y aun así respondemos con “no pasa nada, me pillas bien”, la excusa que damos a un supervisor por llegar tarde, el teléfono que suena y la acotación de “si es X dile que no estoy”… Hay una tendencia general a validar la necesidad de mentir para mantener una imagen o manejar una situación. Es evidente que la manipulación de la verdad es una condición que nos toca a todos, sin embargo lo importante en este punto es poder reflexionar acerca de cómo y cuándo lo hacemos, y el sentido que la mentira tiene para nosotros como adultos. Es necesario poder transmitir al niño una visión honesta de este tipo de situaciones, marcando una distancia entre estos eventos y la comprensión de los mismos como sinónimo de validación y permiso para mentir.

En una sesión, Lina* (7 años) nos comentaba con gran enfado algo que le había ocurrido esa semana: Su compañera M. la había invitado a su cumpleaños, sin embargo ella no quería ir porque M. solía decir cosas “feas” de ella, por lo que “no le caía bien”. Como la madre de Lina y la de M. eran amigas, Lina decidió declinar la invitación de manera cordial diciéndole a su compañera que ese día tenía ‘asuntos familiares’. Ambas madres hablaron por teléfono y la madre de Lina se sorprendió de la respuesta de su hija y la confrontó y reprendió. La niña nos comentaba con gran enfado e incomprensión el castigo que le impuso su madre por tal mentira (“cero postres por tres días”) cuando ella estaba cansada de ver que su madre firmaba “papeles” para ausentarse del trabajo aludiendo la ausencia a ‘asuntos familiares’. Más allá de lo curioso -e incluso gracioso- que nos resultó el ejemplo de Lina, nos dio la oportunidad de observar esos tantos permisos cotidianos que damos, incluso sin saberlo, a los niños para mentir.

La razón de la mentira

Las mentiras no carecen de sentido: Por un lado, aquello que el niño verbaliza en la mentira, habla –paradójicamente- de una verdad; por otro lado, la mentira no se da en ausencia de contexto, tiene una razón de ser.

El primer paso en el manejo de la mentira infantil, tras la consideración de la edad del niño, tiene que ver con explorar y comprender las razones que pueden estar presentes en la misma, es decir, indagar en por qué y para qué se está diciendo la mentira en cuestión. Las razones pueden ser varias: Complacer a quien se miente, evitar un castigo, proteger a alguien o a sí mismo, por evitación de la vergüenza, para mantener una imagen o una relación (si el niño habla o dice la verdad es un ‘delator’ y pierde la amistad del autor del hecho; si el niño calla o miente, se convierte en ‘mentiroso, cómplice o encubridor’, pero protege la relación).

Es imprescindible ir más allá del simple hecho de la mentira e indagar en sus razones, contexto y función. Las razones o matices que envuelven la mentira, nos hablan acerca de la estabilidad y mundo emocional del niño, así como su manejo del sentido ético. Cuando el objetivo de la mentira se centra en el engaño al otro, en la sensación de orgullo frente al juego con respecto al 'engañado' y a la realidad, o a la reafirmación personal a través de dicho engaño, estamos ante una situación en donde la mentira es un síntoma de cuidado al que habría que atender. Asimismo, aquellos casos en donde las mentiras se tornan algo habitual o la forma de comunicación predominante en el niño, será necesario indagar a nivel profesional la dinámica subyacente a las mismas y el estado emocional del niño.

Antes de comprometernos en la ejecución de una consecuencia o castigo (verbal o conductual), es necesario reflexionar acerca del objetivo de la mentira. Esto nos habla de la salud emocional del niño, así como de su vía predominante de resolución de conflictos internos, sus deseos y sus miedos. Uno de los niños que atiende a nuestra consulta, nos comentaba cómo sentía una necesidad imperiosa de mentir a su padre acerca de algo ocurrido en el colegio, no porque él hubiese obrado “mal”, sino por el temor que le suponía la reacción de su padre al escuchar lo ocurrido.
Como apuntaba S. Freud: "Es explicable que los niños mientan, siendo que no hacen sino imitar las mentiras de los adultos. Pero algunas mentiras de niños muy bien educados tienen un significado particular y deberían hacer reflexionar al educador, en vez de enojarlo. Dependen de muy intensos motivos de amor y pueden acarrear fatales consecuencias cuando provocan un malentendido entre el niño y la persona por él amada”.

Los padres son las figuras centrales en el mundo del niño y es precisamente por ello que suelen ser el principal blanco de las mentiras. La mentira está indisolublemente ligada a quien se engaña y por ello nos hablan de las relaciones y vínculos que establecen los niños. Explorar el contexto y el para qué de la mentira puede ser mucho más educativo –incluso si dicha comprensión no se traduce en ningún acto concreto por parte del padre o educador- que una acción o verbalización correctiva en cuanto a la “verdad” y la “mentira”. Toda producción, verbal o conductual, habla de nuestro universo personal, psíquico y relacional. Explorar la razón de la mentira habla asimismo de explorar estos aspectos y da luz, por tanto, de las pautas y el camino a recorrer de cara al desarrollo sano del niño.


La mentira no es una cuestión del todo o nada

Además de todo lo comentado hasta el momento, hay un aspecto que no podemos dejarnos fuera: Lo que tiene que ver con la relatividad de las experiencias personales. Muchas veces al comentar una situación entre varios de los protagonistas, nos encontramos con que todos planteamos datos, sensaciones, énfasis y puntos de vista distintos. En ocasiones dos personas que han presenciado exactamente el mismo hecho, durante el mismo tiempo y en el mismo lugar, parece que han vivido dos eventos totalmente distintos cuando describen y hablan del mismo. Acogemos la experiencia con nuestro propio y único bagaje personal, con nuestras emociones, miedos y deseos. Por ello, a veces resulta difícil discriminar si se trata de una “verdad” o una “mentira” cuándo el niño expresa una situación desde su percepción y vivencia singular. Por esta razón, entre otras, hemos de pararnos un momento a pensar y reflexionar sobre ello antes de actuar ante lo que estamos escuchando.

Andrés* nos comentaba que su amigo Luis le llamó ‘inútil’ mientras hacían un trabajo juntos para la clase de Sociales… Su madre insistía que era una mentira del niño para excusar su reacción agresiva hacia Luis –por la que recibió una amonestación del profesor-. Al sondear en ello, Andrés nos comentó que mientras él hacía esfuerzos por sintetizar sus notas del cuaderno y el contenido del libro para dar respuesta a lo que pedía el profesor, su compañero le dijo “esto que estás haciendo no sirve”. Para Andrés significó que su compañero lo tildara de “inútil”. Más que una mentira se trataba en este caso de la percepción personal del niño en cuanto al comentario de su compañero, la alusión indirecta a un temor personal de Andrés –a ser “inútil”, que despertó en él rabia y tristeza.

Como quizá hemos podido reflejar en nuestros ejemplos, las mentiras infantiles encierran algo más complejo que la mera necesidad de una respuesta correctora por parte de los padres y educadores frente a esta. En muchas ocasiones, la respuesta más sincera y genuina ha de ser la búsqueda de ayuda profesional cuando la situación ha sobrepasado ciertos límites. Aunque pueden ser múltiples los aspectos a considerar en este tema, un buen punto de partida para gestionar las mentiras puede ser el hecho de que podamos evaluar su contenido a la luz de la vivencia, personalidad e individualidad del niño. Es a partir de ello que podemos brindarles a los niños un ambiente en donde puedan ser auténticos y se guíen bajo un sentido ético y moral que les permita resolver las contradicciones que plantea la vida diaria de la forma más sana posible.

*Nombres, edades y otros datos de los ejemplos clínicos que se refieren, han sido cambiados con intención de proteger la identidad de los/as niños/as y sus familias, así como el carácter confidencial de las comunicaciones.

Artículo de Kreadis, con información de:
-Dos mentiras infantiles. Sigmund Freud (1913).
-La mentira infantil: Diagnóstico e Intervención psicopedagógica. Tesis doctoral presentada por Dolores Madrid Vivar para la Universidad de Málaga.
-“Mala fe, identidad y omnipotencia” en Problemas del campo psicoanalítico. Madeleine Baranger.
-Psicopatología del niño. Marcelli, D., De Ajuriaguerra, J. (1996).

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