lunes, 12 de junio de 2017

El miembro de la familia como síntoma

El síntoma del niño como reflejo de lo que puede estar ocurriendo en la familia, es un tema al que no dejamos de prestar atención dada su importancia en el trabajo clínico diario en el contexto de la consulta. Como veíamos en posts anteriores, muchos padres acuden a nuestra consulta esperando que podamos ayudarles a solucionar el problema que están viviendo con alguno de sus hijos, bien sea en relación con un bajo rendimiento escolar, un mal comportamiento o incluso, uno comportamiento "demasiado bueno" que puedan considerar anormal, con la habitual situación de que el niño presenta síntomas que afectan a la familia, razón por la cual acuden a la consulta en busca de ayuda.

Generalmente, cuando la familia expone el problema o situación, lo hace de manera que da la impresión de que este responde a una situación exclusiva del niño, es decir, que ocurre sin el concurso del resto de la familia. En este sentido, el problema se saca fuera del marco familiar: "todo está bien en casa", “de resto, en casa todo funciona normalmente”; de manera que no se suele considerar que la situación del niño es parte del contexto relacional y de los vínculos que se establecen dentro del sistema familiar. No es el niño y su situación lo primero y luego la familia a la que pertenece, sino es la situación del niño dentro de su contexto vital lo que hay que tratar, lo cual incluye necesariamente al contexto familiar. Es decir, es la familia entera la que está mostrando un síntoma a través del niño y sería conveniente tratarlo dentro de este marco familiar, si fuese posible.

Quizás la forma más clara de verlo sea con unos breves ejemplos:

Tomás*, de 4 años parece tener una laringitis obstructiva. Se despierta por las noches con sensación de sofocos, respiración agitada, llorando con voz afónica y con ronquido al respirar. Los padres han ido al médico en varias ocasiones y se ha descartado lesión orgánica.

Como parece que este síntoma se presenta de manera repetitiva, se les sugiere visitar a un profesional del área de la psicología, al no ser capaces de comprender el motivo de los síntomas que el niño presenta.

Los padres de Tomás asisten a la primera consulta con un profesional donde se identifican síntomas previos, que no fueron reconocidos como tales por ellos. Estos síntomas se relacionaron con la imposibilidad del niño de liberarse de la temprana fusión que tenía con la madre. También se observa cómo en ese momento se tomaron medidas drásticas para romperlos, que resultaron contraproducentes.

El padre parece estar solo presente para el niño cuando le lleva a las distintas consultas médicas y a realizar los análisis clínicos. De esta forma, el niño se vale de sus síntomas como vía para conectar con el padre, ya que sabe que sólo cuenta con éste si está enfermo.

En este caso, los padres no reconocen su participación en la sintomatología del niño. Ellos no sienten que esta explicación tenga que ver con lo que le pasa a su hijo, a pesar de las pruebas médicas realizadas y sus resultados negativos. Nada del orden familiar, ni de la pareja, ni de la historia de cada uno de ellos es registrado como posible factor de mantenimiento o de influencia en la situación. Deciden no comenzar el proceso terapéutico. La negación de una explicación que incluya a la familia en el problema detectado en Tomás, a su vez crear un espacio de juego en el marco del vínculo transferencial para que el conflicto pueda tener otras formas de expresarse. En este caso la vía de expresión queda circunscrita, lamentablemente, a la conocida por el niño, seguirá hablando a través del cuerpo.

El síntoma es una formación del inconsciente, y es lo que suele provocar la búsqueda de ayuda profesional o psicoterapéutica, aunque no es una condición necesaria en todos los casos. Cuando se trata de niños, como el ejemplo de Tomás, suelen ser los padres los que consultan y los que deciden, en última instancia, si aceptan o no un tratamiento para el hijo. Para valorar si el comienzo de un análisis es posible, son fundamentales las entrevistas preliminares con los padres y con el niño. En el caso de Tomás no fue posible darle continuidad al tratamiento.


Veamos el caso que nos presentan A. Icart y J. Freixas muy ilustrativo en este sentido.

Diego, 11 años, que acude a consulta porque desde hacía algunos meses estaba muy nervioso y se enfadaba por nada: «Le han vuelto los miedos y no se quiere despegar de mí, además, vuelve a tener problemas en la escuela» -decía su madre-. Diego se pasó toda la entrevista cruzado de brazos y no paraba de decir que no quería ir. El clínico trataba de favorecer que la madre hablara lo más libremente posible. Primero, la señora Ruiz se quejaba de que el niño se enfadaba a cada momento y por nada, tal como en ese momento mostraba en la entrevista: no quería colaborar.

Sin embargo, se deduce que, si el niño «volvía a tener problemas», es porque los había tenido antes y, si le habían «vuelto los miedos», también sería que había tenido miedos antes. Y, en efecto, pronto se descubrió que el niño tenía una historia bastante traumática y que sufrió varias intervenciones quirúrgicas. También había tenido dificultades en la escuela y por eso había hecho tratamientos psicopedagógicos con buenos resultados. Y, a medida que iba hablando, la madre añadía otras informaciones: ella misma tenía muchas dificultades para dormir. La hija mayor, de 20 años, había roto la relación con su prometido y ya prácticamente no salía de casa. Y, por último, resultaba que hacía seis meses que el padre había muerto en un accidente.

Parece comprensible que, si el padre murió repentinamente, un niño de 11 años haga una regresión, es decir, «se vuelva más pequeño», y que reaparezcan los miedos que había tenido y que no quiera despegarse de su madre para no perderla, también, y quedarse huérfano del todo. Probablemente, además, este malestar dificulte su rendimiento escolar: el rendimiento en la escuela suele ser buen indicador del bienestar o del malestar psíquico de cualquier niño.

Pero en la familia pasaban más cosas: la madre no podía dormir y la hija mayor no salía de casa y había tenido dificultades con quien era su prometido. En la consulta, sin embargo, esto lo dejaban en segundo plano, priorizando y denunciando en primer término las dificultades de Diego. En este momento, el profesional tiene información para pensar que la madre y la hermana vivían su preocupación y su malestar a través del niño, al que hacían depositario de sus angustias. Quizá por eso el niño se oponía a venir y se pasaba la entrevista cruzado de brazos y con cara de mal humor: no quería ser el burro de carga en el que se depositara el peso del malestar de todos los miembros de la familia.

Visto así, el síntoma por el que la señora Ruiz había llevado a su hijo a la consulta pasaría a ser el equivalente de un síntoma neurótico de la madre y la hermana. Y no solo el niño, sino toda la familia estaría haciendo una regresión. A través del niño, la madre y la hermana estarían intentando que alguien hiciera el duelo del padre por ellas y así, tal vez, no sería necesario que lo hicieran ellas mismas.

En este caso, un tratamiento familiar breve ayudó a resolver el problema de todo el grupo familiar. Y también permitió entender que no solo era el niño el que no quería venir. Mediante este «no querer venir», el niño estaba dramatizando (representando como un actor) cómo la madre y la hermana tampoco querían «venir» (ir a ningún tratamiento), ya que ir les supondría hacerse cargo de su parte del conflicto (de su duelo).

El caso de la familia Ruiz es un ejemplo de cómo se pueden plantear las cosas de una manera diferente de como se habían hecho al comienzo: el niño presenta síntomas, pero la familia está implicada. Sin embargo, no se puede decir que la familia sea la culpable de que este hijo presente estos síntomas: a los demás miembros de la familia también les pasan cosas (insomnio, salir poco de casa) que ellas no habían ofrecido como síntomas clínicos, pero que implican que también están sufriendo. Y todos los miembros de la familia están de acuerdo en algo: no querer hablar de su malestar con ningún profesional de la salud.

Este tipo de aproximación analítica, plantea la familia como un todo, y las interacciones de sus partes, conforman ese todo. Para que el sistema familiar funcione mejor y el síntoma desaparezca, hay que ajustarlo y atender ciertos principios como lo son el reflexionar sobre los legados y consignas familiares inconscientes, el restablecimiento de jerarquías, límites claros en roles y funciones, o deshacer alianzas o triángulos dañinos; todos ellos componentes centrales de la estructura y el funcionamiento familiar.


Como hemos ido viendo, cuando la familia llega a consulta, ya ha ensayado una serie de soluciones que no han logrado el efecto deseado en el miembro “problema” de la familia. Mientras tanto, se va adaptando a las circunstancias cambiantes y, cuando no cuenta con los elementos para un cambio real, la adaptación puede desarrollar mecanismos homeostáticos que intentan contrarrestar las dificultades por las que está pasando la familia, sin embargo, no las resuelve. Una transformación dinámica que, además, tenga en cuenta su estructura, permitirá al menos alguna posibilidad de cambio.

En definitiva, hemos de cambiar la perspectiva común de que el problema reside en el miembro de la familia de manera individualizada, sino que este se halla -y muchas veces se potencia- en ciertas pautas de interacción de la familia entera como sistema. Las soluciones que ésta ha intentado no son más que repeticiones estereotipadas de interacciones ineficaces, que solo pueden reforzar los efectos sin producir cambios reales. El terapeuta busca con la familia nuevas pautas interaccionales, que atiendan las demandas del grupo familiar.

Así, la meta del cambio estructural es siempre, convertir a la familia a una concepción diferente del mundo y de sus interacciones, que no haga necesario el síntoma.

*Nombres, edades y otros datos de los ejemplos clínicos que se refieren, han sido cambiados con intención de proteger la identidad de los/as niños/as y sus familias, así


como el carácter confidencial de las comunicaciones.

Artículos relacionados:


Fuentes:

Icart, A. y Freixas J. - La Familia, comprensión dinámica e intervenciones terapéuticas - Herder 2013.

Chinchilla Jiménez, R,  Trabajo con una familia, un aporte desde la orientación familiar - Actualidades Investigativas en Educación, vol 15, nú. 1, enero-abril 2015, pp 1-27

Zusman de Arbiser, Sara; Revista de Psicoanálisis (Buenos Aires) 2000 Vol. 57 (2) Abr-Jun - Páginas 391-403


martes, 28 de marzo de 2017

Reflexiones acerca del uso de dispositivos tecnológicos en el cuidado del bebé

El avance de la tecnología ha ido extendiéndose a diversas áreas incluyendo el cuidado y monitorización de los niños en sus primeros meses y años de vida. El deseo y preocupación de los padres -especialmente los primerizos- por garantizar su buen proceder en el cuidado de sus hijos, ha animado a recurrir a la gran variedad de dispositivos tecnológicos que existen actualmente en el mercado.

Aunque estos dicen garantizar el cuidado de los niños, proveyendo información a los padres en cuanto a su condición física y sus necesidades, la abrumadora cantidad de dispositivos que están actualmente en el mercado, así como la avidez con la que son adquiridos por muchas familias, no deja de sorprender.

Nos encontramos, en este sentido, con todo tipo de “ayuda tecnológica” para el cuidado de los niños: Pañales capaces de detectar una infección de orina o el nivel de hidratación del niño; calcetines que pueden generar y proporcionar datos detallados en cuanto al estado de salud (como cantidad de oxígeno en sangre, ritmo cardiaco, temperatura corporal, cantidad y calidad del sueño, cantidad de energía gastada por el infante); pulseras que cuentan los pasos que da el bebé y que incluyen un sistema GPS para controlar sus movimientos, así como la cantidad de tiempo que está en brazos de su cuidador; aparatos que envían un mensaje al móvil de los padres o cuidadores avisando que el bebé está a punto de despertar; “traductores de llanto”; tobilleras y pulseras que informan de la salud del niño a cada momento e incluso, para edades más avanzadas, aparatos que informan de la frecuencia con que los padres o cuidadores del niño le “regañan”, incluyendo en dichos datos una contabilización de los decibelios que se emplean en cada intervención de los mismos. A estos nuevos gadgets se suman aquellos otros que pretenden evitar episodios de ‘insatisfacción’ del niño, como biberones que evitan los gases haciendo un tratamiento especial de la leche o fórmula, almohadas que evitan el llanto del niño o sillas que simulan el movimiento en brazos.

Aunque el propósito inicial de muchos de estos dispositivos estaba destinado a la atención y cuidado de bebés con problemas de salud, su adquisición y uso se ha extendido principalmente en un colectivo de padres que muestran ansiedad en cuanto a su papel. El uso de dichos dispositivos y herramientas de monitorización crece cada vez más, así como tablets y otros gadgets para niños pequeños. No en vano se afirma que es la era del bebé tecnológico, del “bebé data”. Y con su inauguración, se abren asimismo una amplitud de reflexiones necesarias en cuanto a las implicaciones que esto puede tener de cara al desarrollo emocional de los niños; reflexiones que van más allá del “sí o no” al uso de dispositivos y que han de profundizar en el cómo los utilizamos, así como la aproximación del que parten los padres en el momento de apoyar su labor en estos.

El contexto emocional de los padres

En los tempranos momentos de la vida, el bebé se enfrenta a la extraordinaria aventura de conocer el mundo, como parte de su proceso de adaptación y supervivencia. La asimilación de las experiencias emocionales es un importante elemento de este proceso. El bebé se halla en una situación de indefensión, dada su inmadurez biológica y psíquica, por lo cual ha de desarrollar un equipamiento y recursos mentales para afrontar el conocimiento del mundo y su propia formación como sujeto. En este proceso, el desarrollo emocional del niño está irremediablemente asociado al vínculo parental y las funciones de cuidado y amparo de la figura materna.

En esta línea, Bion llama función Reverie a la capacidad de la madre o la figura materna, de devolverle al bebé su experiencia emocional -sin metabolizar- en pensamientos adecuados para ser contenidos y pensados por el bebé. Se trata de un estado mental que permite estar en sintonía con las necesidades del bebé.

Cuando el cuidado que se procura al infante, especialmente desde la figura que ejerce la función materna, se realiza desde un polo cargado de ansiedad, se tiene gran dificultad para interpretar las necesidades del bebé y satisfacerlas desde un estado emocional que pueda ser a la vez “digerido” por el infante. La ansiedad se convierte en una vía de comunicación del bebé y su mundo, albergando impresiones y emociones displacenteras o de desconfianza que comienzan a conformar su mundo emocional, sin que haya posibilidad por su parte de una “digestión mental” como sí puede ocurrir en el sujeto adulto.

Está claro que la búsqueda de alternativas en la tecnología para mejorar el cuidado de los
bebés, parte del deseo de los padres por asegurar su bienestar. En líneas generales, la tecnología puede ser una herramienta útil que se presta en consonancia con el contexto actual mundial, cuando esta se utiliza en el momento adecuado y de manera adecuada, no como reemplazo de otras cosas. Sin embargo, con frecuencia, en la necesidad de recurrir a muchos de los dispositivos como los anteriormente mencionados, se esconde un gran monto de ansiedad por parte de los padres y cuidadores.

En estos casos, el recurrir al amparo emocional que proveen los nuevos dispositivos, suele conllevar una consecuencia contradictoria: el nivel de ansiedad y monitorización de los padres y cuidadores se dispara, lo cual afecta la manera de vincularse con el niño. Esta ansiedad y rigidez se transmiten al niño, cuyo mundo emocional está, en principio, circunscrito al mundo emocional del cuidador. La información fundamental acerca de sí mismo y del mundo, que no puede ser dada en palabras, se transmite a través del cuidado y de las cargas emocionales que se depositan en el bebé y que se metabolizan a partir de la respuesta intuitiva de la madre ante sus necesidades. Esta respuesta quedaría mediatizada por una interacción indirecta cuando, a partir de la ansiedad de los padres, la comunicación se da, por ejemplo, a través de las lecturas que se hacen del dispositivo más no del mismo infante. Por su parte, cuando el uso de dispositivos fomenta la capacidad de los padres para disminuir efectivamente su nivel de ansiedad al aproximarse al niño y proporcionarle cuidados, esto apoya la formación del vínculo entre ambos. Lo importante en estos casos, es que bien se haga o no uso de este tipo de dispositivos, la aproximación de los padres no sea predominantemente ansiosa, de forma que se pueda fomentar un buen vínculo y apego desde la contención que proporciona la figura del cuidador.

Otro tipo de dispositivos, por su parte, desvitalizan el deseo de comprender al bebé y transmitir amor a través de los cuidados maternos, reemplazando elementos tan primordiales como el contacto piel a piel, el contacto visual, o la interpretación del llanto del niño. Puede ser el caso de elementos como “la silla inteligente”, la cual intenta simular los movimientos de los padres cuando el niño está en sus brazos, combinando distintos tipos de movimientos y balanceos “de la misma forma que lo harían los brazos de la madre”. El cuidado materno y el bebé forman una unidad y el estado de dependencia es vital para la supervivencia del pequeño, por lo que difícilmente el contacto materno puede ser reemplazado por objetos que simulen dicha interacción madre-bebé, así como tampoco pueden ser usados para suplir o controlar la necesidad de la madre o el padre de coger en brazos a su hijo. El uso del balancín, por ejemplo, puede aliviar tanto a la madre como al bebé, durante aquellos espacios puntuales en donde esta necesita ocuparse de su propio cuidado o de otros hijos, hasta que pueda cogerlo para darle una atención más directa. La clave, de nuevo, reside en el uso que se le da al dispositivo, sin que este llegue a sustituir un cuidado, buscando “acallar” al niño o la angustia de la madre.

Cuando en el uso de los dispositivos tecnológicos está velada la necesidad de controlar y mermar la angustia de los padres en relación con el cuidado del bebé, se cae en el riesgo de que dicha angustia -paradójicamente- aumente y se transmita en el cuidado directo del niño; teniendo en cuenta que ante estímulos gratificantes el niño responde con fantasías placenteras, y ante estímulos displacenteros, el bebé responde con fantasías agresivas, lo que deja huellas en su desarrollo emocional y mental. En palabras de Winnicott, es imposible dar por sentado el placer que experimenta la madre al vestir y bañar a su propio bebé. Cuando esta goza con todo ello, el niño siente que su mundo se llena de sol. El placer de la madre debe estar presente, pues de no ser así, toda su actividad resulta "muerta, inútil y mecánica".

De aquí que el contexto emocional de los padres, la intuición de la madre y cuidador, así como la forma personal y singular que tiene cada padre de responder ante las necesidades de su hijo de manera natural, constituyan elementos fundamentales que construyen el mundo interno del bebé y que no pueden ser reemplazados por objetos que intenten simularlos o, simplemente, “apaciguar” al niño.

Las necesidades del niño

Según M. Klein, los sentimientos y fantasías del bebé dejan huellas profundas en la mente del niño y tienen una poderosa influencia sobre su vida emocional adulta. Inicialmente, estos sentimientos son experimentados de acuerdo a las satisfacciones y estímulos del mundo externo, que se relacionan principalmente con el alimento y el placer que proviene de ser estimulado por la madre.

Al principio de la vida, en la ausencia de palabra, el niño se vale del llanto para expresar su insatisfacción. La madre o cuidador interpreta y se anticipa a dar respuesta a las necesidades del niño y las alternancias entre la presencia/ausencia de la madre, van construyendo la noción del mundo para el bebé, empieza a diferenciar lo interno de lo externo. La interpretación del llanto y la respuesta ante este, le dan acceso a la madre a la comprensión del infante, proporcionando el contexto emocional necesario para dotarle de confianza, tanto en sí mismo como en el mundo externo que está construyendo progresivamente. La madre, a pesar de la ansiedad que pueda sentir al principio, no requiere de un “traductor de llanto” más que el que se va construyendo con su mera presencia. Al fiarse más de un dispositivo externo que de su conexión con el niño, corre el riesgo de rigidificar y desnaturalizar la respuesta ante las necesidades del bebé. 

En este sentido, algunos dispositivos aseguran anticiparse a las necesidades del niño en cuanto a alimento, temperatura o incomodidades (como pañales sucios o interrupción del sueño). Sin embargo, el niño necesita experimentar estas “pequeñas frustraciones” para construir su mundo interno y externo, contando con que la intervención de la madre se hará presente para poner límite la insatisfacción y frustración. Cuando la madre sobre-satisface las necesidades del niño, le priva del aprendizaje emocional que provee dichos momentos de insatisfacción.

Desde el otro extremo, cuando la situación de insatisfacción del pequeño se perpetúa, sin que haya respuesta externa que la medie, el niño cae en un estado de indefensión, lo que a su vez tiene consecuencias en la manera en la que percibirá su mundo y a sí mismo. En estos casos, no hay objetos que puedan simular la presencia real de la madre o de quien ejerce esta función.

Así, la presencia real del cuidador aporta algo que no puede ser reemplazado por dispositivos tecnológicos: una función de para-excitación, es decir, de protección ante el bombardeo de estímulos que experimenta el bebé. En palabras de Winnicott, la madre protege de la agresión fisiológica; toma en cuenta la sensibilidad dérmica del infante -el tacto, la temperatura, la sensibilidad auditiva, la sensibilidad visual, la sensibilidad a la caída (a la acción de la gravedad)- todo ello desde la naturalidad de su papel, sin necesidad de traductores intermediarios.

La lectura privilegiada de las necesidades del bebé a través de la variedad de dispositivos tecnológicos dispuestos para ello, deja de lado la singularidad del infante, de los movimientos emocionales y físicos de la madre, y de la especial relación entre ambos. Estos aparatos suelen relevar -indicando a la madre cuándo ha de intervenir- la rutina y ritmo particular de ésta en cuanto al cuidado de su bebé a lo largo del día y la noche. Como apuntaba Winnicott, esta rutina y ritmo no son los mismos para dos infantes cualesquiera, porque forma parte del bebé, y no hay ningún par de infantes que sean iguales; también sigue los minúsculos cambios cotidianos, tanto físicos como psicológicos, propios del crecimiento y desarrollo del niño y de su madre.

Esta particular danza que se da en la vinculación madre-bebé a través de la respuesta a las necesidades del niño, integran lo que será la personalidad de este y su realidad psíquica. A su vez, cimentan la percepción del mundo externo, como también una mayor síntesis entre las situaciones internas y externas. Esta capacidad creciente del bebé es propiciada por la confianza y satisfacción que le han brindado, a través de los ritmos propios de la madre en el momento, por ejemplo, de la alimentación. Como señala Winnicott, a través de esta sensación, el niño va logrando de mejor manera coordinar sus funciones corporales que ayudan a que pueda adaptarse no solo física sino mentalmente al entorno, es decir, al mundo externo y al mundo interno, pues logra permitirse esperar o sentir de forma menos urgente la satisfacción a sus necesidades y ayuda a que el niño disminuya sus fantasías terroríficas y agresivas.

Según Winnicott, cuando la madre o cuidador falla en interpretar naturalmente el gesto o llanto del niño, o responde con ansiedad o de manera mecánica frente a este, se provoca una interrupción en la continuidad de ser del bebé, razón por la cual la personalidad se cimenta en reacciones a la intrusión ambiental. Por su parte, según Bion, cuando esta función se lleva a cabo de manera adecuada, el lactante logra la capacidad para tolerar en un futuro la frustración y con ello vivir desde el principio de la realidad, alimentando una construcción sana de sí mismo y de su mundo externo.

Cuando la madre siente ansiedad ante el llanto del niño y opta por “acallarlo” a través del uso de dispositivos que simulan su presencia o la reemplazan, el llanto pierde su cualidad comunicativa y se limita la capacidad del niño para adquirir una madurez emocional suficiente que le permita gestionar la frustración en un futuro, ya que o bien la ha vivenciado como ‘estado’ (cuando las necesidades son satisfechas antes de que si quiera el niño las experimente) o no la ha experimentado en lo absoluto (cuando la ausencia de la madre ha sido una constante).

Conexión emocional

La interacción entre la madre y el bebé es la base o el prototipo primitivo de todas las formas de relación futuras. El contacto directo con la madre, sin la necesidad de que esté ‘avalado’ o mediatizado por indicadores como los que proveen los dispositivos tecnológicos, posibilita el logro de la introyección de una madre afectuosa y disponible, lo cual permite que sea una influencia beneficiosa a lo largo de la vida.

Según Lebovici, esta conversación entre madre y bebé se constituye a partir de los afectos, que no solo se transmiten por medio de las palabras y se produce a partir de la “mutualidad”, como la experiencia afectiva que ambos miembros de la díada comparten, y en los que existe la analogía y la sincronización rítmica de los estados afectivos. En este sentido madre y bebé parecen “juntos”, pues la experiencia de placer y los intercambios de diverso contenido son compartidos.

En los intentos por apaciguar al niño con elementos que simulan la intervención de la madre, se deja de lado el sostén que ha de proveer la presencia de esta, el cual, en palabras de Winnicott, equivale a una forma de amar de la madre con la que puede expresarle su sentimiento afectuoso al niño. A través del sostén materno, se constituyen las primeras relaciones con los demás y las primeras experiencias gratificantes que lo incluyen y coexisten con él. La base de esta satisfacción y de las relaciones es la manipulación, cuidado y manejo del infante, funciones que se dan por sentadas en la relación con la madre. Siempre que existe ansiedad ante la adecuación de estos cuidados por parte de las figuras parentales, que lleve a delegar de forma excesiva dichas intervenciones en dispositivos externos, se trunca la posibilidad del niño de crear un estado de confianza en el otro.

Algunas reflexiones finales…

No es nuestra intención que las reflexiones anteriores alimenten argumentos “tecnófobos”, ya que, como comentamos al principio, estamos convencidas de que la tecnología ha de representar una herramienta útil e interesante que proporcione apoyo, siempre que tengamos en cuenta cuándo y cómo hacer uso de ella, sin que esta reemplace un papel natural directo, significativo y vital.

Está claro que muchos dispositivos pueden ayudarnos a conocer las necesidades del niño e informarnos de su estado, pero estos no han de reemplazar el tacto, olfato, contacto visual y presencia de los padres. Es fundamental no dejar de lado que, a pesar de que podemos contar con especializadas máquinas que nos brinden datos acerca de nuestros hijos, existe algo auténtico y veraz que nos permite comprenderlos y cimentar su desarrollo emocional: el vínculo, algo que los padres e infantes consiguen descifrar en un proceso de mutuo crecimiento.

Para ello hemos de ser conscientes de las ansiedades y miedos que se ocultan tras la necesidad que tenemos de echar mano de este tipo de elementos. En palabras de Winnicott:
“Algunas personas creen que un niño es como arcilla en las manos de un alfarero. Comienzan a moldear al bebé y a sentirse responsables del resultado. Sin embargo, están equivocados. Si usted siente lo mismo, se verá aplastado por una responsabilidad que no le corresponde asumir en absoluto. Si puede aceptar la idea de un bebé como una empresa en marcha, entonces se sentirá libre para interesarse por lo que ocurre en el desarrollo del niño mientras usted disfruta al satisfacer sus necesidades.”

 Artículo de Kreadis con información de:

-Bion, W. (1962) Aprendiendo de la Experiencia. Buenos Aires: Paidos.
-Klein, M. (1936) El Destete. Obras Completas, 6.Buenos Aires: Paidós
-Lebovici, S. (1983) El Lactante, su Madre y el Psicoanalista. Amorrortu: Buenos Aires
-Winnicott, D. (1960a) La teoría de la Relación entre Progenitores–Infante. En los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós: Argentina (1993)
-Winnicott, D. (1958) La Capacidad para estar solo. En los Procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós: Argentina (1993)

jueves, 9 de marzo de 2017

¿Tiene género el inconsciente social?

Es mejor apoyar la igualdad con acciones, que apoyarla con palabras

Pedro Bavasso
El género es un concepto relativamente reciente en las ciencias sociales. Hace referencia a lo masculino y lo femenino, a las cualidades y características que la sociedad atribuye a cada sexo. Nacemos con un determinado sexo, pero aprendemos a ser hombres y mujeres porque las percepciones de género están firmemente ancladas en la cultura, varían y evolucionan a lo largo del tiempo. Sin embargo, en todas las culturas, el género determina el poder y los recursos de hombres y mujeres.
Durante los años sesenta uno de los asuntos internacionales que más publicaciones generó fue el de la denominada "revolución sexual", y en los últimos tiempos es la cuestión del género la que está engendrando un mayor número de investigaciones.
Aprovechando que este mes han concurrido varios hechos relacionados con el tema: el día de la mujer trabajadora, la polémica generada por la plataforma de presión social hazteoir.org con respecto a su campaña tránsfoba "los niños tienen pene y las niñas tienen vagina", censurada por contravenir ordenanzas municipales, en la que en palabras de Lola López "Hazte Oír ha confundido la anatomía con la identidad de género, ignorando el sufrimiento de quienes no encajan en esta división", etc... nos gustaría dar visibilidad a las distintas opiniones y manifestaciones con respecto al inconsciente social y el género desde un punto de vista psicoanalítico.
El inconsciente social se refiere a la existencia de restricciones y limitaciones de los acuerdos establecidos en lo relativo a temas sociales, culturales y de comunicación, y cuyos grados de variación no son percibidos conscientemente por los individuos. Esto incluye ansiedades, fantasías, mitos, defensas y relaciones objetales, al igual que varios aspectos de factores y fuerzas socio-culturales-económico-políticas muchos de los cuales han sido también co-construidos inconscientemente por miembros de grupos específicos.
De acuerdo con la reciente definición de Weinberg del inconsciente social, los mitos y los cuentos de hadas son reconocidos como portadores de estos mensajes y reveladores de las ansiedades de una sociedad en particular.
Para apuntar varias cuestiones al respecto, revisamos los artículos de Raufman, Weinberg y Roth, autores que han ofrecido contribuciones importantes y novedosas en este sentido.
Su principal argumento es que tanto los textos literarios, como las historias cortas populares o los cuentos de hadas, pueden considerarse como una excelente expresión de los conflictos colectivos inconscientes de una sociedad. Desde las exploraciones teóricas de Freud, los cuentos de hadas y los mitos han sido considerados como fuentes valiosas para la exploración de la mente humana y la comprensión de cómo funciona, incluyendo los posibles significados inconscientes.
El hecho de recopilar cuentos de hadas juega un papel equivalente al de recopilar memorias de la infancia (Freud 1913).
Recientemente, esta conceptualización de los cuentos populares ha sido incluida en el concepto del inconsciente social que da cuenta de las variaciones sociales de nuestro comportamiento, pensamiento y preocupaciones.
Estas teorías no reclaman que los mitos y los cuentos de hadas sean inconscientes, sino producto de la consciencia que pueden expresar, reflejar y hacerse eco de las dimensiones inconscientes y de forma indirecta, ayudan a integrar estas dos divisiones de la mente entre la sociedad y los individuos.
Zipes señala que hasta el siglo XIX los cuentos de hadas no fueron recogidos y contados para las mujeres. Además, la mayoría de las colecciones de cuentos, que se pudieron escribir y leer sobre los mitos recogidos, así como libros religiosos, y otros textos, excluían a las mismas.
En términos de cuentos de hadas, mitos y cuentos populares, existe una co-construcción interactiva entre el individuo y el cuento, una incorporación social en cada cuento y la persona o el grupo social que “inventó” el cuento dentro de un determinado contexto social y ansiedades determinadas.
Parece claro que el atrincheramiento cultural de los cuentos de hadas en las sociedades occidentales ha ocurrido en una cultura dominada por los hombres y mayormente para niños varones.
Hay que tener en cuenta que los cuentos de hadas y aportaciones religiosas al inconsciente social parecen ser predominantemente masculinos. De hecho, desde un punto de vista psicoanalítico, esto no es accidental.
En este sentido, se han encontrado más de 24.000 cuentos populares, todos ellos transmitidos oralmente, principalmente por mujeres. La comparación de éstos con sus paralelos en famosas colecciones modernas recopiladas e impresas por hombres, ha sido objeto de numerosas investigaciones.
Dundes (1989) señaló la necesidad de estudiar las versiones particulares de cuentos populares comunes a una comunidad étnica específica para poder detectar las formas en las que el folclore es modificado para encajar con la ideología local o las tendencias mundiales del momento. Otros autores también señalan el rol que los cuentos de hadas juegan en la socialización de género al haber sido modelados e influidos por las agendas culturales, sociales y políticas de la comunidad.
Una revisión de cuentos de hadas "feministas" se puede encontrar en el trabajo realizado por Haase (2000). Una buena forma de trazar la voz femenina es buscar las narraciones transmitidas oralmente por mujeres y compararlas con las colecciones impresas de cuentos bien conocidas y frecuentemente publicadas por hombres.
Foto: Gustavo TM
Uno de los aspectos a señalar es el del papel de las figuras heroicas masculinas en leyendas o mitos, que se distancian de las heroínas como Cenicienta o Blancanieves, que no son figuras heroicas.  Su éxito no es personal, y no pueden servir como modelos sociales. Se asocian con emociones primitivas y valores, percibidos en la narración como inferiores a las representaciones culturales y racionales de los roles patriarcales masculinos. Esta es la razón por la que es tan importante familiarizarse con los cuentos de hadas transmitidos oralmente por mujeres y compararlos con los cuentos impresos recogidos y publicados por hombres.
Un ejemplo podría ser el de la joven que se sacrifica por la supervivencia de su hermano en el cuento de los Grimm "Los Doce Hermanos" en el que la heroína es condenada a un silencio prolongado para poder salvar a sus hermanos del hechizo de la bruja. Si se compara esta versión de los hermanos Grimm con sus paralelas orales recogidas en los archivos de los cuentos populares israelís, éstos presentan a una heroína que no para de hablar para mantener a sus hermanos vivos y humanos.
Algunos colectivos (‘ex feministas’) que han estudiado los personajes femeninos silenciosos en los cuentos de hadas, asocian el discurso con la acción, expresando su voz y pidiendo libertad. Por su parte, el silencio suele ser percibido como algo inferior al discurso y se ve a los personajes silenciosos -frecuentemente femeninos- como de naturaleza pasiva, en comparación con la figura del varón activo. Estas interpretaciones están alineadas con el gran número de publicaciones dedicadas al estatus de las mujeres y la forma en la que son percibidas en términos de discurso y silencio.
En este sentido, se han propuesto algunas soluciones. Una de ellas, la opción de reescribir los cuentos, no resuelve el problema de las representaciones de los estereotipos de los roles de género, ya que se descontextualiza el relato y pierde el sentido que en su día tuvo a nivel social y cultural. Por ello, se han propuesto otras dos alternativas:
La primera es hacer una relectura de estos cuentos revelando los mecanismos sociales que operan en la narración y enfatizando visiones alternativas en relación con el discurso y el silencio. En esta línea, desde la teoría psicoanalítica, los silencios adquieren cualidades creativas y comunicativas. La práctica psicoanalítica reconoce la necesidad de mejorar los métodos de escucha de los silencios del paciente, con el fin de identificar qué es lo que está queriendo decir con ese silencio. Se han identificado dos categorías de silencio, una de ellas lo considera como una resistencia en la que el paciente, de manera consciente o inconsciente, no quiere hablar; el reto en este caso es superar el obstáculo por medio de la identificación de las dinámicas que subyacen a esta resistencia. La segunda categoría considera al silencio como un poderoso elemento de la comunicación, a través del cual ciertas cosas, que no pueden ser expresadas en palabras, pueden ser elaboradas. Adoptando este enfoque, se puede articular la forma en la que "escuchamos" al silencio de las heroínas de los cuentos de hadas.
En línea con lo que dice Bacchilega (1997), los cuentos de hadas sirven como espejo, reflejando al intérprete. Massoud Khan (1974) describe la terapia con un joven de núcleo esquizoide, en la que el silencio era una forma de recrear las experiencias de su primera infancia y sus intentos por comunicarse con una madre depresiva. Solo a través del silencio, el paciente fue capaz de expresar un mayor rango de sentimientos y emociones al terapeuta. En este caso, como herramienta de comunicación, no solo el silencio no se entiende como "inferior" al discurso, sino que se considera como un tipo de creatividad mental.
Desde esta reflexión, es posible adoptar una perspectiva diferente con respecto a las heroínas silenciosas de los cuentos de hadas. Una perspectiva que nos anima a hacer una cuidadosa escucha de su silencio, intentando revelar sus diferentes significados ocultos y no verlas automáticamente como heroínas sacrificadas. En su lugar, este sacrificado silencio puede verse como un grito de auxilio producto de la discriminación social.
La segunda alternativa, es la que hemos mencionado anteriormente: comparar los textos impresos masculinos con los orales femeninos. Las heroínas mostradas en las versiones orales son más activas que las expuestas en las versiones de los Grimm. No solo no son silenciadas, sino que parecen tener más grado de libertad en cuanto que la belleza no es su principal característica. Es cierto:, aún queda mucho trabajo por hacer para conseguir la igualdad y no estamos sugiriendo que los cuentos no contengan sesgos de género o discriminación sexista. N obstante, la oportunidad de comparar los cuentos orales con los escritos puede ayudar a revelar algunos de los mecanismos sociales involucrados en este tema.
El inconsciente social, como ya hemos comentado, se nutre de las historias populares como códigos de la experiencia social y a través de ellas, vamos viendo sus cambios y evolución a través del tiempo.
De manera gradual, la palabra escrita ha ido reemplazándose por películas y animaciones y a la colección de conocidos cuentos de hadas se han incorporado “El Mago de Oz”, Harry Potter, los Juegos del Hambre, y muchos más que dan cuenta de la situación cultural, social, política y económica actual. En cada uno de ellos, el héroe o la heroína afronta un peligro o tiene que hacer un viaje, debe superar obstáculos y, en la victoria, permanecen ‘puros e inocentes’. También encontramos libros que impactan en la sociedad de manera no esperada (como es el caso de 50 sombras de Grey).
Foto: Albert García
Hoy en día existen plataformas de presión social, comunidades de ciudadanos activos que buscan promover la participación de la sociedad. Algunas son negocios privados que obtienen ingresos en función de las peticiones que dejan los ciudadanos en su web, otras tienen una clara orientación política y/o religiosa.
Plataformas de juego, youtubers, redes sociales, todos juegan un papel importante en cuanto a la transmisión y reflejo de la sociedad actual, en cuanto a comportamiento, pensamiento y preocupaciones del momento, son portadores de estos mensajes y reveladores de las ansiedades de una sociedad en particular.
¿Qué es lo que hoy en día hace que una película, un libro, etc. triunfe e impacte en la cultura? Shudson identifica cinco factores para explicar el éxito de una idea, tomando el ejemplo de 50 Sombras de Grey:
  • Recuperabilidad (accesible a las personas) se consigue por medio de internet y mecanismos de lectura electrónica.
  • Fuerza retórica (resulta atractivo) por su contenido erótico/pornográfico.
  • Resonancia (relevancia para ser público) con una cultura en la que la sexualidad se ha ido volviendo cada vez más autónoma, un campo de acción independiente que contiene sus normas y sus valores propios.
  • Retención institucional (capacidad de alcanzar a muchas personas) reside en que movilizó muchas organizaciones sociales.
  • Resolución (capacidad de influencia) debe encontrarse en el hecho de que ha tenido un impacto significativo en la vida sexual de sus lectores.

Illouz dice que intenta comprender cómo el intenso placer que provoca la lectura de la trilogía resuena con la estructura sociológica de las relaciones de hombres y mujeres en la actualidad. Dicho de otro modo: cómo encaja en las estructuras culturales de países posfeministas en el capitalismo tardío… Entender un relato no es simplemente un proceso cognitivo, sino un difuso y complejo proceso en el que usamos la cultura (sus valores, sus historias e ideales) para dar sentido a nuestra propia experiencia. En definitiva, se trata de entender por qué ciertas narraciones son tan “apropiadas” para su sociedad.
Podemos suponer que los best seller codifican condiciones sociales que amenazan la capacidad de los individuos de perseguir algún objetivo central, como la sociedad, la felicidad o la riqueza material.
Foto: Mehran-Djodan
Una segunda hipótesis que plantea Illouz es que los textos tienen probabilidades de hacerse muy populares cuando ofrecen resoluciones (simbólicas) a contradicciones sociales.
Sumado a todo lo anterior, está el hecho de que el feminismo ya no representa únicamente un movimiento político, sino un código cultural utilizado en la publicidad, series de televisión, películas y novelas.
Ahora bien, tal y como se pregunta Núñez, si bien el feminismo ha hecho progresos en el lugar del trabajo (con la demanda de igual paga y representación en los puestos de dirección), dicho progreso no es palpable en las esferas del consumo y de los medios, donde las mujeres están hoy todavía más sexualizadas, y el control de los hombres se ha profundizado. El resultado ha sido una mayor sexualización de la identidad de la mujer… Es a través del sexo y la sexualidad que se muestra a las mujeres realizando un simulacro de su emancipación.
De este modo, parece que la sociedad actual intenta incorporar nuevos códigos y símbolos, mientras lucha contra opciones imparciales que, o bien rebaten el statu quo y la historia cultural con posiciones y dudas extremas en materia de género; o bien se acomodan en resoluciones de pseudo-igualdad con el objetivo de satisfacer ciertas demandas sociales. Aunque cada vez se hagan más esfuerzos por comprender el tema y generar cambios, convivimos en una sociedad en donde la igualdad de género sigue siendo una entelequia. El tema representa uno de los tópicos y reflexiones que más inconsistencias genera a nivel personal y social; lo cual sin duda tiene que ver con el material de aquel inconsciente social que emerge en las narraciones sobre las que hemos reflexionado. Ser consecuente con un compromiso ideológico en cuanto a la igualdad, requiere dotar de nuevos significados las narraciones, de forma que consigan enriquecer dicho cambio.
Como muestra de la dicotomía en la que actualmente nos encontramos, pasamos dos ejemplos que lo ilustran:
  •  Vídeo en youtube que satiriza la prohibición de las mujeres saudís al volante. "No Woman, nodrive" (2013)
  • Artículo y publicidad de Vogue:

Y, por último, transcribimos un párrafo publicado por Lola López Mondéjar con opiniones al respecto:

El inconsciente es machista y sexista, insisto, porque se formó a partir de un lenguaje patriarcal que aún no podemos matizar suficientemente para que se incluya a las mujeres; porque incorporó relaciones familiares donde la dominación masculina y el privilegio epistémico del varón eran la norma; porque reproduce involuntariamente una cultura donde la mujer ocupó siempre lugares subordinados. Todo esto construyó nuestros mecanismos más íntimos, y configuró la subjetividad de hombres y mujeres al modo convencional. De ahí que, en la lucha por la igualdad, el escenario de la batalla haya de ser tanto interno como externo. Porque no se trata solo de cambiar nuestra conducta racional aplicando voluntad y cognición, sino de vigilar una disposición inconsciente automática, irracional y, a menudo, sutil, que persiste en actitudes en las que quizás no nos reconozcamos, tan contrarias pueden llegar a ser respecto a nuestra representación consciente. Es por eso que la auto-vigilancia tiene que ser estricta, porque la identificación de las inercias no es fácil, y porque el patriarcado cuenta con un terrible cómplice interior. Un cómplice con quien en algunas cuestiones es difícil negociar, que nos llena siempre de contradicciones. Un cómplice que ríe los chistes machistas, por ejemplo, o que educa de forma diferente en las tareas domésticas a nuestros hijos que a nuestras hijas. Todo ello, a nuestro pesar. 

        Fuentes:
  • Eva Illouz - Illouz, E. (2014) Erotismo de autoayuda. Cincuenta sombras de Grey y el nuevo orden romántico. Buenos Aires: Katz. Socióloga y escritora (1961) - 2 de junio de 2015 - Marta Hurtado de Mendoza — @pandademendoza
  • https://fnunezmosteo.wordpress.com/2015/03/26/cincuenta-sombras-de-grey-segun-eva-illouz/
  • Benneth Roth (2015) Does the Social Unconscious have a Gender? Response to Tubert Oklander's (2014) and Raufman and Weinberg's (2014) articles on the Social Unconscious
  • Ravit Raufman and Haim Winberg. Response to Bennett Roth's (2015) Does the Social Unconscious have a gender? Response to Tubert Oklander's (2014) and Raufman and Weinberg's (2014) articles on the Social Unconscious
  • http://www.vogue.es/moda/tendencias/articulos/tendencia-genero-neutro-genderless-moda-unisex/22643
  • http://www.fao.org/gender/gender-home/gender-why/por-que-el-genero/es/
  • https://www.youtube.com/watch?v=Ko9IyZUO0-o
  • Lola López Mondéjar. El inconsciente es patriarcal: cuidado con él. http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/03/08/inconsciente-patriarcal-cuidado/811655.html


martes, 31 de enero de 2017

Superar la indefensión aprendida del niño en situaciones de bullying

El intento por entender y hacer frente a los fenómenos de maltrato y acoso en la infancia, ha desempolvado antiguos conceptos del campo de la psicología para precisar su aplicabilidad en este tipo de situaciones. Uno de ellos, la indefensión aprendida, viene retomándose desde un contexto más práctico que permita orientar a padres y educadores en la búsqueda de acciones y soluciones frente a situaciones de acoso o maltrato. 

La teoría de la indefensión aprendida fue desarrollada en la década de los 70 por Martin Seligman, quien apuntaba que esta se produce cuando el sujeto atribuye sus fracasos o experiencias dolorosas a sucesos incontrolables, prevaleciendo la sensación de que dichos fracasos se perpetuarían debido a la falta de control que la persona mantiene sobre las circunstancias que dan origen a su sufrimiento. Desde esta visión, muchos tipos de depresión sobrevienen al asumir que los acontecimientos que se experimentan son independientes de las acciones del sujeto (es decir, que “hagas lo que hagas, no se producirá un cambio o un resultado distinto”), y que dichas acciones no conseguirán marcar una diferencia. Así, la vivencia de indefensión lleva a una visión parcializada de la realidad que frena cualquier posibilidad de cambio, bloqueando respuestas adaptativas frente a situaciones conflictivas, dolorosas o frustrantes.

Los primeros años de vida del sujeto sientan las bases para el aprendizaje en cuanto a la capacidad de control de los eventos que le suceden. Tal y como apuntaba la reconocida psicóloga -dedicada al estudio del apego y el desarrollo del niño- Mary Ainsworth, durante la infancia, la respuesta sensible de los padres incluye interpretar adecuadamente las señales del niño y responder de manera apropiada. Por el contrario, la falta de sensibilidad existe cuando el cuidador fracasa en leer los estados del bebé o sus deseos, o cuando fracasa en apoyar al bebé en el logro de sus estados positivos.
 
Así, el llanto del niño es la primera forma de acción sobre su mundo y sus propias necesidades. Cuando dichas necesidades son sobre-satisfechas, es decir, cuando el niño no ha tenido siquiera espacio para expresar la falta a través del llanto, este pierde su potencial de simbolización en la búsqueda de ayuda. El niño siente que no ha de hacer nada para que su frustración disminuya y sus necesidades queden satisfechas, y por ello, aprende de alguna forma que todo depende de lo externo, no de sí mismo. Por otro lado, si no obtiene una respuesta a su petición de ayuda o cuidado, la expresión de la necesidad pierde su valor comunicativo -en muchos casos dicha expresión desaparece- y el primer aprendizaje se orientará a que haga lo que haga, no obtiene respuestas de su mundo externo. Ambos polos hablan de la raíz de la indefensión. El manejo inicial y paulatino de este aspecto por parte de padres y cuidadores, influirá en la forma que tiene el niño de percibirse a sí mismo y al mundo.

La tolerancia a la frustración es un concepto que se relaciona estrechamente con la indefensión. Habla de la sensación de impotencia, rabia o tristeza que supone no conseguir aquello que se desea. En anteriores ocasiones hemos hecho apuntes acerca del valor adaptativo y educativo de la tolerancia a la frustración, dado que cuando esta se maneja de forma sana, permite tanto una mayor capacidad de aprendizaje y flexibilidad por parte del niño, como una modulación emocional que fomenta un buen concepto de sí mismo y las relaciones con los demás.

Olga Carmona apuntaba para El País sobre este aspecto, que el propio Seligman defiende la necesidad de que los niños vivan experiencias de fracaso. Necesitan sentirse tristes, enfadados, frustrados. Sostiene que cuando les protegemos de sentir estas emociones, les privamos de aprender a perseverar. Añade que además les privamos de aprender a sentirse competentes, dueños de sí mismos y de sus vidas, ya que la motivación de logro tiene que ver con saberse hábil para conseguir metas.

En muchas ocasiones, la gestión de la frustración por parte de padres y educadores se polariza, de manera que se cae en la “infraprotección” o la “sobreprotección” del infante. La primera, habla de la exposición continua y sin alternativa de escape a situaciones de frustración. La infraprotección suele estar alimentada por la falsa creencia de que esto “preparará al niño para la vida adulta o le dotará de fortaleza o carácter”. El segundo extremo, la sobreprotección, tiene que ver con la evitación activa por parte del adulto de cualquier situación de frustración que pueda experimentar el niño, apoyándose en otra falsa creencia, que “el sufrimiento, la tristeza o la frustración son traumáticas y deben evitarse a toda costa” o “que la vida adulta proveerá por sí misma suficientes momentos de frustración como para que también lo haga la etapa infantil”. Ambos polos tienen que ver, naturalmente, con los estilos educativos y la historia personal de cada padre. Sin embargo, dichos extremos no hacen más que alimentar la sensación de falta de control sobre los acontecimientos de la vida, bloqueando la flexibilidad del niño para adaptarse.

De esta forma, la gestión sana de la frustración en el niño le protege de un estado de indefensión frente a situaciones dolorosas o de maltrato. Que el infante sea capaz de sobreponerse a las experiencias frustrantes, le provee de seguridad con respecto al futuro y sus vivencias, dotándole de una sensación de capacidad para cambiar sus circunstancias vitales y su mundo, dentro de un contexto social.

Desde la indefensión se producen alteraciones en la capacidad adaptativa del niño que traen
graves consecuencias de cara a su desarrollo, así como en los momentos en los que ha de hacer frente a situaciones conflictivas o de maltrato. Los niños que sienten que no tienen los recursos (internos y externos) para hacer frente a las condiciones hostiles de su vida, naturalizan dicha violencia, de manera que con frecuencia se exponen a nuevas situaciones de vulnerabilidad que alimentan esta creencia. Asimismo, suelen presentar dificultades a la hora de buscar cuidado, ayuda o apoyo, de forma que fracasan en sus intentos de autoprotección y contribuyen -sin saberlo o quererlo- a la situación de acoso o maltrato. Este tipo de situaciones se extienden y se presentan asimismo en la edad adulta, en donde se transforman en un lente a través del cual se interpretan y gestionan las situaciones vividas, así como los retos y conflictos que en esta se presentan.

Desde la indefensión aprendida, el niño puede llegar a justificar internamente el maltrato o, incluso, a creerse merecedor del mismo, culpándose e invalidándose frente a la situación dolorosa. La mayoría de casos de suicidio infantil tienen que ver precisamente con este estado emocional, uno en donde la única vía de acción posible para cambiar la situación o combatirla es la vía autolítica, dada la percepción de falta de control o desesperanza.

Afortunadamente, los padres y educadores tenemos una posición privilegiada para confrontar y gestionar este tipo de fenómenos desde edades muy tempranas, educando a los niños y proveyéndoles de recursos internos y de afrontamiento que les permitan sobreponerse a la percepción de indefensión. Comentamos algunos puntos a tener en cuenta a este respecto:

-Ser sensibles ante nuestra propia percepción de los eventos de la vida. Las propias creencias y vías de afrontamiento del adulto suelen ser trasladadas -de forma más o menos consciente- a los niños. Cuando estamos acostumbrados a no expresar nuestros derechos o a soportar situaciones de insatisfacción, partiendo de la idea de que no podemos hacer nada para cambiarlas, transmitimos esto como un recurso de afrontamiento incapacitante para el niño. Muchas veces pensamos que no tenemos ningún poder o control para cambiar las circunstancias personales (laborales, relacionales…) y prevalece una suerte de acomodación a la situación, que se lee -interna y externamente- como indefensión. Es necesario revisar nuestras propias creencias para así transmitir un mensaje coherente en cuanto a la forma de percibirnos a nosotros mismos y al mundo. Como apuntaba H. Bleichmar, la identificación del niño con sus padres tiene lugar con las fantasías inconscientes de estos, con los mensajes que ellos le transmiten al niño de maneras muy sutiles, con cómo ellos se representan a sí mismos y a la realidad. Si ellos perciben la vida como intrínsecamente frustrante o abrumadora, o como placentera y excitante, determina en parte las formas inconscientes y conscientes con las cuales el niño se relacionará con la realidad y con él mismo. La realidad será construida ya sea como manejable o como fuera de control, y el niño se verá como potente o impotente.

-La gestión de la frustración en el estilo educativo. Esto tiene que ver con lo comentado anteriormente en cuanto a la forma en la que manejamos las experiencias de frustración a la que están expuestas los niños. Los estilos educativos parcializados en donde se cae unívocamente en la sobreprotección o infraprotección, dificultan la capacidad de adaptación del niño frente a las dificultades que se le presentan en la vida. Asimismo, es necesario tener en cuenta que, aunque cada padre tiene su forma de ser y de relacionarse con el niño, las normas, creencias, límites y valores deben transmitirse desde un equipo parental coherente.

-La búsqueda de autonomía. Los estilos educativos en cuanto a la búsqueda de autonomía también suelen ser muy variados. Es necesario estar atentos a nuestra propia percepción en relación con la búsqueda de ayuda. Si, como adultos, rechazamos y evitamos todo lo posible pedir ayuda en situaciones difíciles para “no dejar de ser autosuficientes o fuertes”, es probable que transmitamos esta norma implícita a los niños. Por su parte, transmitimos al niño un mensaje de indefensión o dudas sobre sus capacidades, cuando tendemos a apurarnos a intervenir en una situación conflictiva por el dolor, ansiedad o culpa que nos genera a nosotros mismos, sin darle la oportunidad de ensayar alternativas de resolución y afrontamiento. Es necesario que revisemos nuestras propias creencias y sentimientos en cuanto a lo que implica pedir y dar ayudar a otro. Muchas personas tienen la creencia errónea que pedir ayuda es sinónimo de incapacidad, mientras que otros necesitan con exagerada frecuencia la figura de otro que les dote de seguridad en el momento de tomar decisiones o acciones. Es necesario poder comprender y transmitir que la autonomía no se trata de “no necesitar la ayuda de los demás”, sino de saber pedirla cuando es necesario. Cuando privamos al niño de buscar y ensayar soluciones por sí mismo, negamos su autonomía, individualidad y capacidad. Esto a menudo deriva en una búsqueda constante por parte de este de un “rescatador”, o alguien que anule la experiencia de dolor o frustración.

-“Te quiero por estar, no por lo que haces”. Muchas veces los castigos que se imponen a los niños tras un comportamiento inadecuado, incluyen una suerte de ‘retirada del afecto’. Como señala Carmona, la incondicionalidad afectiva tiene que ver con que los niños se sientan amados y cuidados independientemente de su comportamiento, lo que no quiere decir que no se pongan límites. Es necesario transmitir, en palabras de la psicóloga, que “puedo estar en desacuerdo con lo que haces, no con quién eres”. La percepción del niño sobre sí mismo parte de la percepción y cuidado que tienen sobre él sus figuras significativas. Es necesario diferenciar la culpa de la responsabilidad. Cuando culpabilizamos, alimentamos la tendencia del niño a creer que aquello “malo” que ocurre es causa de algo interno o propio de sí mismo, lo que anula su capacidad y posibilidad de acción frente a situaciones dolorosas, frustrantes o de maltrato. Desde una posición de aceptación, el niño es capaz de ensayar soluciones y cambios que fomenten su desarrollo y aprendizaje sano.

-El desarrollo del criterio y la elección. Tal y como apunta O. Carmona, cuando los estilos educativos son muy paternalistas o, por el contrario, muy autoritarios, bloquean el desarrollo de habilidades imprescindibles como el criterio, la crítica y la elección. Cuando se exponen los límites de forma clara y cuando dejamos que los niños encuentren la solución a un conflicto y la pongan en marcha, probamos su capacidad para influir en las cosas, desafiando la sensación de indefensión. Para fortalecer el criterio del niño, antes de darles una solución “hecha”, podemos sondear sus vías imaginarias de resolución, mostrándole que pueden existir distintas alternativas ante una situación de conflicto y animándole a explorarlas y ensayar aquella que considere se ajusta más a su individualidad. Esto, además, implica un ejercicio de modulación emocional. Las alternativas fantaseadas encierran en sí mismas el mundo emocional del niño y la valoración de sus propios recursos. En muchas situaciones de maltrato o de dificultad, el miedo está presente y el niño desea no sentirlo, por lo que lo esconde o niega. El reconocimiento de las emociones que experimenta el niño en determinada situación, permite ensayar la reflexión y potenciar su inteligencia emocional, de forma que la vía de acción elegida proporcione una alternativa adaptativa, más que la mera negación o evitación de una emoción que se vive como displacentera.

-La búsqueda de ayuda. Si intentamos transmitir al niño la capacidad que tenemos para
hacer frente a situaciones difíciles o dolorosas, hemos de ser asimismo lo suficientemente sensibles y coherentes para buscar ayuda cuando sentimos que dicha situación sobrepasa los recursos que percibimos que poseemos. En muchas ocasiones la consulta a un profesional en estos casos, se ve como un signo de debilidad, lo que alimenta la indefensión ante la situación de conflicto. Hemos de ser coherentes con esto que transmitimos y tener esa fortaleza -que también le pedimos al niño- de embarcarnos en soluciones que posibiliten un cambio, aunque estas representen un reto.

Sentirnos capaces y autores en nuestra propia historia de vida, permite que adoptemos la flexibilidad suficiente para hacer cambios y afrontar momentos difíciles. Este aprendizaje se inicia desde fases muy tempranas y se alimenta y potencia a lo largo de la vida. La indefensión se supera en el ensayo de alternativas y en la búsqueda de soluciones; se supera al sentir que somos capaces de actuar en pro de nuestro bienestar y que las circunstancias externas influyen pero no determinan unívocamente nuestra vida y elecciones.

Artículo de Kreadis con información de:

-Patterns of Attachment; Ainsworth, M., Blehar M., Waters, E., y Wall, S. (1978).
-Algunos subtipos de depresión, sus interrelaciones y consecuencias para el tratamiento psicoanalítico; por Hugo Bleichmar en Aperturas psicoanalíticas.