El avance de la tecnología ha ido
extendiéndose a diversas áreas incluyendo el cuidado y monitorización de los
niños en sus primeros meses y años de vida. El deseo y preocupación de los padres
-especialmente los primerizos- por garantizar su buen proceder en el cuidado de
sus hijos, ha animado a recurrir a la gran variedad de dispositivos
tecnológicos que existen actualmente en el mercado.
Aunque estos dicen garantizar el
cuidado de los niños, proveyendo información a los padres en cuanto a su condición
física y sus necesidades, la abrumadora cantidad de dispositivos que están
actualmente en el mercado, así como la avidez con la que son adquiridos por
muchas familias, no deja de sorprender.
Nos encontramos, en este sentido,
con todo tipo de “ayuda tecnológica” para el cuidado de los niños: Pañales
capaces de detectar una infección de orina o el nivel de hidratación del niño;
calcetines que pueden generar y proporcionar datos detallados en cuanto al
estado de salud (como cantidad de oxígeno en sangre, ritmo cardiaco,
temperatura corporal, cantidad y calidad del sueño, cantidad de energía gastada
por el infante); pulseras que cuentan los pasos que da el bebé y que incluyen
un sistema GPS para controlar sus movimientos, así como la cantidad de tiempo
que está en brazos de su cuidador; aparatos que envían un mensaje al móvil de
los padres o cuidadores avisando que el bebé está a punto de despertar; “traductores
de llanto”; tobilleras y pulseras que informan de la salud del niño a cada
momento e incluso, para edades más avanzadas, aparatos que informan de la
frecuencia con que los padres o cuidadores del niño le “regañan”, incluyendo en
dichos datos una contabilización de los decibelios que se emplean en cada
intervención de los mismos. A estos nuevos gadgets se suman aquellos otros que
pretenden evitar episodios de ‘insatisfacción’ del niño, como biberones que evitan
los gases haciendo un tratamiento especial de la leche o fórmula, almohadas que
evitan el llanto del niño o sillas que simulan el movimiento en brazos.
Aunque el propósito inicial de muchos
de estos dispositivos estaba destinado a la atención y cuidado de bebés con
problemas de salud, su adquisición y uso se ha extendido principalmente en un
colectivo de padres que muestran ansiedad en cuanto a su papel. El uso de
dichos dispositivos y herramientas de monitorización crece cada vez más, así
como tablets y otros gadgets para niños
pequeños. No en vano se afirma que es la era del bebé tecnológico, del “bebé
data”. Y con su inauguración, se abren asimismo una amplitud de reflexiones
necesarias en cuanto a las implicaciones que esto puede tener de cara al
desarrollo emocional de los niños; reflexiones que van más allá del “sí o no”
al uso de dispositivos y que han de profundizar en el cómo los utilizamos, así
como la aproximación del que parten los padres en el momento de apoyar su labor
en estos.
El contexto emocional de los padres
En los tempranos momentos de la
vida, el bebé se enfrenta a la extraordinaria aventura de conocer el mundo,
como parte de su proceso de adaptación y supervivencia. La asimilación de las
experiencias emocionales es un importante elemento de este proceso. El bebé se
halla en una situación de indefensión, dada su inmadurez biológica y psíquica,
por lo cual ha de desarrollar un equipamiento y recursos mentales para afrontar
el conocimiento del mundo y su propia formación como sujeto. En este proceso,
el desarrollo emocional del niño está irremediablemente asociado al vínculo
parental y las funciones de cuidado y amparo de la figura materna.
En esta línea, Bion llama función Reverie a la capacidad de la
madre o la figura materna, de devolverle al bebé su experiencia emocional -sin
metabolizar- en pensamientos adecuados para ser contenidos y pensados por el
bebé. Se trata de un estado mental que permite estar en sintonía con las
necesidades del bebé.
Cuando el cuidado que se procura
al infante, especialmente desde la figura que ejerce la función materna, se
realiza desde un polo cargado de ansiedad, se tiene gran dificultad para
interpretar las necesidades del bebé y satisfacerlas desde un estado emocional
que pueda ser a la vez “digerido” por el infante. La ansiedad se convierte en
una vía de comunicación del bebé y su mundo, albergando impresiones y emociones
displacenteras o de desconfianza que comienzan a conformar su mundo emocional,
sin que haya posibilidad por su parte de una “digestión mental” como sí puede
ocurrir en el sujeto adulto.
Está claro que la búsqueda de
alternativas en la tecnología para mejorar el cuidado de los
bebés, parte del
deseo de los padres por asegurar su bienestar. En líneas generales, la
tecnología puede ser una herramienta útil que se presta en consonancia con el
contexto actual mundial, cuando esta se utiliza en el momento adecuado y de
manera adecuada, no como reemplazo de otras cosas. Sin embargo, con frecuencia,
en la necesidad de recurrir a muchos de los dispositivos como los anteriormente
mencionados, se esconde un gran monto de ansiedad por parte de los padres y
cuidadores.
En estos casos, el recurrir al
amparo emocional que proveen los nuevos dispositivos, suele conllevar una
consecuencia contradictoria: el nivel de ansiedad y monitorización de los
padres y cuidadores se dispara, lo cual afecta la manera de vincularse con el
niño. Esta ansiedad y rigidez se transmiten al niño, cuyo mundo emocional está,
en principio, circunscrito al mundo emocional del cuidador. La información
fundamental acerca de sí mismo y del mundo, que no puede ser dada en palabras, se
transmite a través del cuidado y de las cargas emocionales que se depositan en
el bebé y que se metabolizan a partir de la respuesta intuitiva de la madre
ante sus necesidades. Esta respuesta quedaría mediatizada por una interacción
indirecta cuando, a partir de la ansiedad de los padres, la comunicación se da,
por ejemplo, a través de las lecturas que se hacen del dispositivo más no del
mismo infante. Por su parte, cuando el uso de dispositivos fomenta la capacidad
de los padres para disminuir efectivamente su nivel de ansiedad al aproximarse
al niño y proporcionarle cuidados, esto apoya la formación del vínculo entre
ambos. Lo importante en estos casos, es que bien se haga o no uso de este tipo
de dispositivos, la aproximación de los padres no sea predominantemente
ansiosa, de forma que se pueda fomentar un buen vínculo y apego desde la
contención que proporciona la figura del cuidador.
Otro tipo de dispositivos, por su
parte, desvitalizan el deseo de comprender al bebé y transmitir amor a través
de los cuidados maternos, reemplazando elementos tan primordiales como el
contacto piel a piel, el contacto visual, o la interpretación del llanto del
niño. Puede ser el caso de elementos
como “la silla inteligente”, la cual intenta simular los movimientos de los
padres cuando el niño está en sus brazos, combinando distintos tipos de
movimientos y balanceos “de la misma forma que lo harían los brazos de la
madre”. El cuidado materno y el bebé forman una unidad y el estado de
dependencia es vital para la supervivencia del pequeño, por lo que difícilmente
el contacto materno puede ser reemplazado por objetos que simulen dicha
interacción madre-bebé, así como tampoco pueden ser usados para suplir o
controlar la necesidad de la madre o el padre de coger en brazos a su hijo. El uso
del balancín, por ejemplo, puede aliviar tanto a la madre como al bebé, durante
aquellos espacios puntuales en donde esta necesita ocuparse de su propio
cuidado o de otros hijos, hasta que pueda cogerlo para darle una atención más
directa. La clave, de nuevo, reside en el uso que se le da al dispositivo, sin
que este llegue a sustituir un cuidado, buscando “acallar” al niño o la
angustia de la madre.
Cuando en el uso de los
dispositivos tecnológicos está velada la necesidad de controlar y mermar la angustia
de los padres en relación con el cuidado del bebé, se cae en el riesgo de que
dicha angustia -paradójicamente- aumente y se transmita en el cuidado directo
del niño; teniendo en cuenta que ante estímulos gratificantes el niño responde
con fantasías placenteras, y ante estímulos displacenteros, el bebé responde
con fantasías agresivas, lo que deja huellas en su desarrollo emocional y
mental. En palabras de Winnicott, es imposible dar por sentado el placer que
experimenta la madre al vestir y bañar a su propio bebé. Cuando esta goza con
todo ello, el niño siente que su mundo se llena de sol. El placer de la madre
debe estar presente, pues de no ser así, toda su actividad resulta "muerta,
inútil y mecánica".
De aquí que el contexto emocional
de los padres, la intuición de la madre y cuidador, así como la forma personal
y singular que tiene cada padre de responder ante las necesidades de su hijo de
manera natural, constituyan elementos fundamentales que construyen el mundo
interno del bebé y que no pueden ser reemplazados por objetos que intenten
simularlos o, simplemente, “apaciguar” al niño.
Las necesidades del niño
Según M. Klein, los sentimientos
y fantasías del bebé dejan huellas profundas en la mente del niño y tienen una
poderosa influencia sobre su vida emocional adulta. Inicialmente, estos
sentimientos son experimentados de acuerdo a las satisfacciones y estímulos del
mundo externo, que se relacionan principalmente con el alimento y el placer que
proviene de ser estimulado por la madre.
Al principio de la vida, en la
ausencia de palabra, el niño se vale del llanto para expresar su
insatisfacción. La madre o cuidador interpreta y se anticipa a dar respuesta a
las necesidades del niño y las alternancias entre la presencia/ausencia de la
madre, van construyendo la noción del mundo para el bebé, empieza a diferenciar
lo interno de lo externo. La interpretación del llanto y la respuesta ante
este, le dan acceso a la madre a la comprensión del infante, proporcionando el
contexto emocional necesario para dotarle de confianza, tanto en sí mismo como
en el mundo externo que está construyendo progresivamente. La madre, a pesar de
la ansiedad que pueda sentir al principio, no requiere de un “traductor de
llanto” más que el que se va construyendo con su mera presencia. Al fiarse más
de un dispositivo externo que de su conexión con el niño, corre el riesgo de
rigidificar y desnaturalizar la respuesta ante las necesidades del bebé.
En este sentido, algunos
dispositivos aseguran anticiparse a las necesidades del niño en cuanto a
alimento, temperatura o incomodidades (como pañales sucios o interrupción del
sueño). Sin embargo, el niño necesita experimentar estas “pequeñas
frustraciones” para construir su mundo interno y externo, contando con que la
intervención de la madre se hará presente para poner límite la insatisfacción y
frustración. Cuando la madre sobre-satisface las necesidades del niño, le priva
del aprendizaje emocional que provee dichos momentos de insatisfacción.
Desde el otro extremo, cuando la
situación de insatisfacción del pequeño se perpetúa, sin que haya respuesta
externa que la medie, el niño cae en un estado de indefensión, lo que a su vez
tiene consecuencias en la manera en la que percibirá su mundo y a sí mismo. En
estos casos, no hay objetos que puedan simular la presencia real de la madre o
de quien ejerce esta función.
Así, la presencia real del
cuidador aporta algo que no puede ser reemplazado por dispositivos
tecnológicos: una función de para-excitación, es decir, de protección ante el
bombardeo de estímulos que experimenta el bebé. En palabras de Winnicott, la
madre protege de la agresión fisiológica; toma en cuenta la sensibilidad
dérmica del infante -el tacto, la temperatura, la sensibilidad auditiva, la
sensibilidad visual, la sensibilidad a la caída (a la acción de la gravedad)-
todo ello desde la naturalidad de su papel, sin necesidad de traductores
intermediarios.
La lectura privilegiada de las
necesidades del bebé a través de la variedad de dispositivos tecnológicos
dispuestos para ello, deja de lado la singularidad del infante, de los
movimientos emocionales y físicos de la madre, y de la especial relación entre
ambos. Estos aparatos suelen relevar -indicando a la madre cuándo ha de
intervenir- la rutina y ritmo particular de ésta en cuanto al cuidado de su
bebé a lo largo del día y la noche. Como apuntaba Winnicott, esta rutina y
ritmo no son los mismos para dos infantes cualesquiera, porque forma parte del bebé,
y no hay ningún par de infantes que sean iguales; también sigue los minúsculos
cambios cotidianos, tanto físicos como psicológicos, propios del crecimiento y
desarrollo del niño y de su madre.
Esta particular danza que se da
en la vinculación madre-bebé a través de la respuesta a las necesidades del
niño, integran lo que será la personalidad de este y su realidad psíquica. A su
vez, cimentan la percepción del mundo externo, como también una mayor síntesis
entre las situaciones internas y externas. Esta capacidad creciente del bebé es
propiciada por la confianza y satisfacción que le han brindado, a través de los
ritmos propios de la madre en el momento, por ejemplo, de la alimentación. Como
señala Winnicott, a través de esta sensación, el niño va logrando de mejor
manera coordinar sus funciones corporales que ayudan a que pueda adaptarse no
solo física sino mentalmente al entorno, es decir, al mundo externo y al mundo
interno, pues logra permitirse esperar o sentir de forma menos urgente la
satisfacción a sus necesidades y ayuda a que el niño disminuya sus fantasías
terroríficas y agresivas.
Según Winnicott, cuando la madre
o cuidador falla en interpretar naturalmente el gesto o llanto del niño, o
responde con ansiedad o de manera mecánica frente a este, se provoca una
interrupción en la continuidad de ser del bebé, razón por la cual la
personalidad se cimenta en reacciones a la intrusión ambiental. Por su parte,
según Bion, cuando esta función se lleva a cabo de manera adecuada, el lactante
logra la capacidad para tolerar en un futuro la frustración y con ello vivir
desde el principio de la realidad, alimentando una construcción sana de sí
mismo y de su mundo externo.
Cuando la madre siente ansiedad
ante el llanto del niño y opta por “acallarlo” a través del uso de dispositivos
que simulan su presencia o la reemplazan, el llanto pierde su cualidad
comunicativa y se limita la capacidad del niño para adquirir una madurez
emocional suficiente que le permita gestionar la frustración en un futuro, ya
que o bien la ha vivenciado como ‘estado’ (cuando las necesidades son
satisfechas antes de que si quiera el niño las experimente) o no la ha
experimentado en lo absoluto (cuando la ausencia de la madre ha sido una
constante).
Conexión emocional
La interacción entre la madre y
el bebé es la base o el prototipo primitivo de todas las formas de relación
futuras. El contacto directo con la madre, sin la necesidad de que esté
‘avalado’ o mediatizado por indicadores como los que proveen los dispositivos
tecnológicos, posibilita el logro de la introyección de una madre afectuosa y
disponible, lo cual permite que sea una influencia beneficiosa a lo largo de la
vida.
Según Lebovici, esta conversación
entre madre y bebé se constituye a partir de los afectos, que no solo se
transmiten por medio de las palabras y se produce a partir de la “mutualidad”,
como la experiencia afectiva que ambos miembros de la díada comparten, y en los
que existe la analogía y la sincronización rítmica de los estados afectivos. En
este sentido madre y bebé parecen “juntos”, pues la experiencia de placer y los
intercambios de diverso contenido son compartidos.
En los intentos por apaciguar al
niño con elementos que simulan la intervención de la madre, se deja de lado el sostén que ha de proveer la presencia de
esta, el cual, en palabras de Winnicott, equivale a una forma de amar de la
madre con la que puede expresarle su sentimiento afectuoso al niño. A través
del sostén materno, se constituyen
las primeras relaciones con los demás y las primeras experiencias gratificantes
que lo incluyen y coexisten con él. La base de esta satisfacción y de las
relaciones es la manipulación, cuidado y manejo del infante, funciones que se
dan por sentadas en la relación con la madre. Siempre que existe ansiedad ante
la adecuación de estos cuidados por parte de las figuras parentales, que lleve
a delegar de forma excesiva dichas intervenciones en dispositivos externos, se
trunca la posibilidad del niño de crear un estado de confianza en el otro.
Algunas reflexiones finales…
No es nuestra intención que las
reflexiones anteriores alimenten argumentos “tecnófobos”, ya que, como
comentamos al principio, estamos convencidas de que la tecnología ha de
representar una herramienta útil e interesante que proporcione apoyo, siempre
que tengamos en cuenta cuándo y cómo hacer uso de ella, sin que esta reemplace
un papel natural directo, significativo y vital.
Está claro que muchos
dispositivos pueden ayudarnos a conocer las necesidades del niño e informarnos
de su estado, pero estos no han de reemplazar el tacto, olfato, contacto visual
y presencia de los padres. Es fundamental no dejar de lado que, a pesar de que
podemos contar con especializadas máquinas que nos brinden datos acerca de
nuestros hijos, existe algo auténtico y veraz que nos permite comprenderlos y cimentar
su desarrollo emocional: el vínculo, algo que los padres e infantes consiguen
descifrar en un proceso de mutuo crecimiento.
Para ello hemos de ser
conscientes de las ansiedades y miedos que se ocultan tras la necesidad que
tenemos de echar mano de este tipo de elementos. En palabras de Winnicott:
“Algunas personas creen que un niño es como arcilla en las manos de un alfarero. Comienzan a moldear al bebé y a sentirse responsables del resultado. Sin embargo, están equivocados. Si usted siente lo mismo, se verá aplastado por una responsabilidad que no le corresponde asumir en absoluto. Si puede aceptar la idea de un bebé como una empresa en marcha, entonces se sentirá libre para interesarse por lo que ocurre en el desarrollo del niño mientras usted disfruta al satisfacer sus necesidades.”
-Bion, W. (1962) Aprendiendo de la Experiencia. Buenos Aires:
Paidos.
-Klein, M. (1936) El Destete. Obras Completas, 6.Buenos
Aires: Paidós
-Lebovici, S. (1983) El Lactante, su Madre y el Psicoanalista. Amorrortu: Buenos Aires
-Winnicott, D. (1960a) La teoría de la Relación entre Progenitores–Infante. En los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós: Argentina (1993)
-Winnicott, D. (1958) La Capacidad para estar solo. En los
Procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós: Argentina (1993)
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