martes, 31 de enero de 2017

Superar la indefensión aprendida del niño en situaciones de bullying

El intento por entender y hacer frente a los fenómenos de maltrato y acoso en la infancia, ha desempolvado antiguos conceptos del campo de la psicología para precisar su aplicabilidad en este tipo de situaciones. Uno de ellos, la indefensión aprendida, viene retomándose desde un contexto más práctico que permita orientar a padres y educadores en la búsqueda de acciones y soluciones frente a situaciones de acoso o maltrato. 

La teoría de la indefensión aprendida fue desarrollada en la década de los 70 por Martin Seligman, quien apuntaba que esta se produce cuando el sujeto atribuye sus fracasos o experiencias dolorosas a sucesos incontrolables, prevaleciendo la sensación de que dichos fracasos se perpetuarían debido a la falta de control que la persona mantiene sobre las circunstancias que dan origen a su sufrimiento. Desde esta visión, muchos tipos de depresión sobrevienen al asumir que los acontecimientos que se experimentan son independientes de las acciones del sujeto (es decir, que “hagas lo que hagas, no se producirá un cambio o un resultado distinto”), y que dichas acciones no conseguirán marcar una diferencia. Así, la vivencia de indefensión lleva a una visión parcializada de la realidad que frena cualquier posibilidad de cambio, bloqueando respuestas adaptativas frente a situaciones conflictivas, dolorosas o frustrantes.

Los primeros años de vida del sujeto sientan las bases para el aprendizaje en cuanto a la capacidad de control de los eventos que le suceden. Tal y como apuntaba la reconocida psicóloga -dedicada al estudio del apego y el desarrollo del niño- Mary Ainsworth, durante la infancia, la respuesta sensible de los padres incluye interpretar adecuadamente las señales del niño y responder de manera apropiada. Por el contrario, la falta de sensibilidad existe cuando el cuidador fracasa en leer los estados del bebé o sus deseos, o cuando fracasa en apoyar al bebé en el logro de sus estados positivos.
 
Así, el llanto del niño es la primera forma de acción sobre su mundo y sus propias necesidades. Cuando dichas necesidades son sobre-satisfechas, es decir, cuando el niño no ha tenido siquiera espacio para expresar la falta a través del llanto, este pierde su potencial de simbolización en la búsqueda de ayuda. El niño siente que no ha de hacer nada para que su frustración disminuya y sus necesidades queden satisfechas, y por ello, aprende de alguna forma que todo depende de lo externo, no de sí mismo. Por otro lado, si no obtiene una respuesta a su petición de ayuda o cuidado, la expresión de la necesidad pierde su valor comunicativo -en muchos casos dicha expresión desaparece- y el primer aprendizaje se orientará a que haga lo que haga, no obtiene respuestas de su mundo externo. Ambos polos hablan de la raíz de la indefensión. El manejo inicial y paulatino de este aspecto por parte de padres y cuidadores, influirá en la forma que tiene el niño de percibirse a sí mismo y al mundo.

La tolerancia a la frustración es un concepto que se relaciona estrechamente con la indefensión. Habla de la sensación de impotencia, rabia o tristeza que supone no conseguir aquello que se desea. En anteriores ocasiones hemos hecho apuntes acerca del valor adaptativo y educativo de la tolerancia a la frustración, dado que cuando esta se maneja de forma sana, permite tanto una mayor capacidad de aprendizaje y flexibilidad por parte del niño, como una modulación emocional que fomenta un buen concepto de sí mismo y las relaciones con los demás.

Olga Carmona apuntaba para El País sobre este aspecto, que el propio Seligman defiende la necesidad de que los niños vivan experiencias de fracaso. Necesitan sentirse tristes, enfadados, frustrados. Sostiene que cuando les protegemos de sentir estas emociones, les privamos de aprender a perseverar. Añade que además les privamos de aprender a sentirse competentes, dueños de sí mismos y de sus vidas, ya que la motivación de logro tiene que ver con saberse hábil para conseguir metas.

En muchas ocasiones, la gestión de la frustración por parte de padres y educadores se polariza, de manera que se cae en la “infraprotección” o la “sobreprotección” del infante. La primera, habla de la exposición continua y sin alternativa de escape a situaciones de frustración. La infraprotección suele estar alimentada por la falsa creencia de que esto “preparará al niño para la vida adulta o le dotará de fortaleza o carácter”. El segundo extremo, la sobreprotección, tiene que ver con la evitación activa por parte del adulto de cualquier situación de frustración que pueda experimentar el niño, apoyándose en otra falsa creencia, que “el sufrimiento, la tristeza o la frustración son traumáticas y deben evitarse a toda costa” o “que la vida adulta proveerá por sí misma suficientes momentos de frustración como para que también lo haga la etapa infantil”. Ambos polos tienen que ver, naturalmente, con los estilos educativos y la historia personal de cada padre. Sin embargo, dichos extremos no hacen más que alimentar la sensación de falta de control sobre los acontecimientos de la vida, bloqueando la flexibilidad del niño para adaptarse.

De esta forma, la gestión sana de la frustración en el niño le protege de un estado de indefensión frente a situaciones dolorosas o de maltrato. Que el infante sea capaz de sobreponerse a las experiencias frustrantes, le provee de seguridad con respecto al futuro y sus vivencias, dotándole de una sensación de capacidad para cambiar sus circunstancias vitales y su mundo, dentro de un contexto social.

Desde la indefensión se producen alteraciones en la capacidad adaptativa del niño que traen
graves consecuencias de cara a su desarrollo, así como en los momentos en los que ha de hacer frente a situaciones conflictivas o de maltrato. Los niños que sienten que no tienen los recursos (internos y externos) para hacer frente a las condiciones hostiles de su vida, naturalizan dicha violencia, de manera que con frecuencia se exponen a nuevas situaciones de vulnerabilidad que alimentan esta creencia. Asimismo, suelen presentar dificultades a la hora de buscar cuidado, ayuda o apoyo, de forma que fracasan en sus intentos de autoprotección y contribuyen -sin saberlo o quererlo- a la situación de acoso o maltrato. Este tipo de situaciones se extienden y se presentan asimismo en la edad adulta, en donde se transforman en un lente a través del cual se interpretan y gestionan las situaciones vividas, así como los retos y conflictos que en esta se presentan.

Desde la indefensión aprendida, el niño puede llegar a justificar internamente el maltrato o, incluso, a creerse merecedor del mismo, culpándose e invalidándose frente a la situación dolorosa. La mayoría de casos de suicidio infantil tienen que ver precisamente con este estado emocional, uno en donde la única vía de acción posible para cambiar la situación o combatirla es la vía autolítica, dada la percepción de falta de control o desesperanza.

Afortunadamente, los padres y educadores tenemos una posición privilegiada para confrontar y gestionar este tipo de fenómenos desde edades muy tempranas, educando a los niños y proveyéndoles de recursos internos y de afrontamiento que les permitan sobreponerse a la percepción de indefensión. Comentamos algunos puntos a tener en cuenta a este respecto:

-Ser sensibles ante nuestra propia percepción de los eventos de la vida. Las propias creencias y vías de afrontamiento del adulto suelen ser trasladadas -de forma más o menos consciente- a los niños. Cuando estamos acostumbrados a no expresar nuestros derechos o a soportar situaciones de insatisfacción, partiendo de la idea de que no podemos hacer nada para cambiarlas, transmitimos esto como un recurso de afrontamiento incapacitante para el niño. Muchas veces pensamos que no tenemos ningún poder o control para cambiar las circunstancias personales (laborales, relacionales…) y prevalece una suerte de acomodación a la situación, que se lee -interna y externamente- como indefensión. Es necesario revisar nuestras propias creencias para así transmitir un mensaje coherente en cuanto a la forma de percibirnos a nosotros mismos y al mundo. Como apuntaba H. Bleichmar, la identificación del niño con sus padres tiene lugar con las fantasías inconscientes de estos, con los mensajes que ellos le transmiten al niño de maneras muy sutiles, con cómo ellos se representan a sí mismos y a la realidad. Si ellos perciben la vida como intrínsecamente frustrante o abrumadora, o como placentera y excitante, determina en parte las formas inconscientes y conscientes con las cuales el niño se relacionará con la realidad y con él mismo. La realidad será construida ya sea como manejable o como fuera de control, y el niño se verá como potente o impotente.

-La gestión de la frustración en el estilo educativo. Esto tiene que ver con lo comentado anteriormente en cuanto a la forma en la que manejamos las experiencias de frustración a la que están expuestas los niños. Los estilos educativos parcializados en donde se cae unívocamente en la sobreprotección o infraprotección, dificultan la capacidad de adaptación del niño frente a las dificultades que se le presentan en la vida. Asimismo, es necesario tener en cuenta que, aunque cada padre tiene su forma de ser y de relacionarse con el niño, las normas, creencias, límites y valores deben transmitirse desde un equipo parental coherente.

-La búsqueda de autonomía. Los estilos educativos en cuanto a la búsqueda de autonomía también suelen ser muy variados. Es necesario estar atentos a nuestra propia percepción en relación con la búsqueda de ayuda. Si, como adultos, rechazamos y evitamos todo lo posible pedir ayuda en situaciones difíciles para “no dejar de ser autosuficientes o fuertes”, es probable que transmitamos esta norma implícita a los niños. Por su parte, transmitimos al niño un mensaje de indefensión o dudas sobre sus capacidades, cuando tendemos a apurarnos a intervenir en una situación conflictiva por el dolor, ansiedad o culpa que nos genera a nosotros mismos, sin darle la oportunidad de ensayar alternativas de resolución y afrontamiento. Es necesario que revisemos nuestras propias creencias y sentimientos en cuanto a lo que implica pedir y dar ayudar a otro. Muchas personas tienen la creencia errónea que pedir ayuda es sinónimo de incapacidad, mientras que otros necesitan con exagerada frecuencia la figura de otro que les dote de seguridad en el momento de tomar decisiones o acciones. Es necesario poder comprender y transmitir que la autonomía no se trata de “no necesitar la ayuda de los demás”, sino de saber pedirla cuando es necesario. Cuando privamos al niño de buscar y ensayar soluciones por sí mismo, negamos su autonomía, individualidad y capacidad. Esto a menudo deriva en una búsqueda constante por parte de este de un “rescatador”, o alguien que anule la experiencia de dolor o frustración.

-“Te quiero por estar, no por lo que haces”. Muchas veces los castigos que se imponen a los niños tras un comportamiento inadecuado, incluyen una suerte de ‘retirada del afecto’. Como señala Carmona, la incondicionalidad afectiva tiene que ver con que los niños se sientan amados y cuidados independientemente de su comportamiento, lo que no quiere decir que no se pongan límites. Es necesario transmitir, en palabras de la psicóloga, que “puedo estar en desacuerdo con lo que haces, no con quién eres”. La percepción del niño sobre sí mismo parte de la percepción y cuidado que tienen sobre él sus figuras significativas. Es necesario diferenciar la culpa de la responsabilidad. Cuando culpabilizamos, alimentamos la tendencia del niño a creer que aquello “malo” que ocurre es causa de algo interno o propio de sí mismo, lo que anula su capacidad y posibilidad de acción frente a situaciones dolorosas, frustrantes o de maltrato. Desde una posición de aceptación, el niño es capaz de ensayar soluciones y cambios que fomenten su desarrollo y aprendizaje sano.

-El desarrollo del criterio y la elección. Tal y como apunta O. Carmona, cuando los estilos educativos son muy paternalistas o, por el contrario, muy autoritarios, bloquean el desarrollo de habilidades imprescindibles como el criterio, la crítica y la elección. Cuando se exponen los límites de forma clara y cuando dejamos que los niños encuentren la solución a un conflicto y la pongan en marcha, probamos su capacidad para influir en las cosas, desafiando la sensación de indefensión. Para fortalecer el criterio del niño, antes de darles una solución “hecha”, podemos sondear sus vías imaginarias de resolución, mostrándole que pueden existir distintas alternativas ante una situación de conflicto y animándole a explorarlas y ensayar aquella que considere se ajusta más a su individualidad. Esto, además, implica un ejercicio de modulación emocional. Las alternativas fantaseadas encierran en sí mismas el mundo emocional del niño y la valoración de sus propios recursos. En muchas situaciones de maltrato o de dificultad, el miedo está presente y el niño desea no sentirlo, por lo que lo esconde o niega. El reconocimiento de las emociones que experimenta el niño en determinada situación, permite ensayar la reflexión y potenciar su inteligencia emocional, de forma que la vía de acción elegida proporcione una alternativa adaptativa, más que la mera negación o evitación de una emoción que se vive como displacentera.

-La búsqueda de ayuda. Si intentamos transmitir al niño la capacidad que tenemos para
hacer frente a situaciones difíciles o dolorosas, hemos de ser asimismo lo suficientemente sensibles y coherentes para buscar ayuda cuando sentimos que dicha situación sobrepasa los recursos que percibimos que poseemos. En muchas ocasiones la consulta a un profesional en estos casos, se ve como un signo de debilidad, lo que alimenta la indefensión ante la situación de conflicto. Hemos de ser coherentes con esto que transmitimos y tener esa fortaleza -que también le pedimos al niño- de embarcarnos en soluciones que posibiliten un cambio, aunque estas representen un reto.

Sentirnos capaces y autores en nuestra propia historia de vida, permite que adoptemos la flexibilidad suficiente para hacer cambios y afrontar momentos difíciles. Este aprendizaje se inicia desde fases muy tempranas y se alimenta y potencia a lo largo de la vida. La indefensión se supera en el ensayo de alternativas y en la búsqueda de soluciones; se supera al sentir que somos capaces de actuar en pro de nuestro bienestar y que las circunstancias externas influyen pero no determinan unívocamente nuestra vida y elecciones.

Artículo de Kreadis con información de:

-Patterns of Attachment; Ainsworth, M., Blehar M., Waters, E., y Wall, S. (1978).
-Algunos subtipos de depresión, sus interrelaciones y consecuencias para el tratamiento psicoanalítico; por Hugo Bleichmar en Aperturas psicoanalíticas.



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