lunes, 14 de agosto de 2017

Notas acerca de la compulsión a la repetición

 “Ya las cosas no serían tan fáciles, porque me pesa la experiencia anterior, que fue buena como experiencia, pero sería terrible como repetición.
Mario Levrero 

La compulsión a la repetición es un concepto psicoanalítico que hace referencia a un proceso irrefrenable y de origen inconsciente, en el cual se da la repetición constante de una situación o la re-vivencia de un sentimiento que, paradójicamente, no es adaptativo y además suele vivirse como doloroso. El sujeto repite experiencias antiguas mientras tiene la impresión de que se trata de algo motivado por lo actual.
El tema de la repetición en el ser humano es un dilema que acapara el interés, no solo desde el punto de vista psicoanalítico, sino asimismo desde lo filosófico, lo psicosocial, el arte, las teorías del aprendizaje... Así lo muestran variadas reflexiones de pensadores prominentes de nuestra historia, así como distintos refranes populares. Sin embargo, la compulsión a la repetición va más allá del “tropezar dos veces con la misma piedra”.
Es por ello que nos gustaría dedicarle unas líneas a este concepto, dadas las implicaciones clínicas que tiene, así como su importancia en la experiencia del sujeto y en el curso del proceso analítico.
La noción de repetición se instala en el cuerpo teórico psicoanalítico tempranamente. Se intentaba dar un fundamento a la tendencia de los seres humanos a repetir actos, pensamientos, sueños, juegos, escenas o situaciones desagradables o incluso dolorosas y que persiguen la producción de algún acontecimiento o su evitación. Desde las primeras formulaciones teóricas, la repetición se asoma como un aspecto a tener en cuenta, partiendo de cómo lo inconsciente, o lo reprimido, busca mecanismos para “retornar” al presente o manifestarse en el escenario de lo actual.
Si tenemos en cuenta que aquello que se traslada a la repetición, vista como mecanismo, es algo que proviene de otro lugar, del inconsciente, la cuestión adquiere una gran relevancia: conocer la calidad de aquello que se repite, implica poder orientar correctamente la dirección de la cura.
Laplanche y Pontalis señalaban uno de los esfuerzos más evidentes de comprensión que supone la compulsión a la repetición: dado que las experiencias que se repiten son manifiestamente displacenteras, cuesta entender, a primera vista, qué parte del sujeto podría encontrar satisfacción en su realización o vivencia, aunque se traten de comportamientos incoercibles (irresistibles), caracterizados por la compulsión que es propia de todo lo que emana del inconsciente.

Muchos autores divergen en cuanto a la explicación teórica de esta repetición compulsiva de lo displacentero. En la visión de S. Oliveros, los actos, desencadenados por un estímulo, responden directamente a lo pulsional y, si bien existe en quien los realiza un cierto intento de resistirse, dicho intento fracasa necesariamente. Aunque pueda parecer que su realización comporta algún placer –es decir, un proceso que culmina con un desahogo de la tensión psíquica en quien lo lleva a cabo- la realidad parece desmentirlo: lo que pasa es que la descarga, supuestamente placentera es cada vez es más corta, menos intensa, y el relajamiento posterior a la descarga es menor y dura cada vez menos, obligando a otra repetición. Así pues, el ciclo de la repetición se hace cada vez más corto, más recurrente y, paralelamente, más difícil de ser roto.
Otras posturas más “intermedias”, hablan de la compulsión a la repetición desde dos polos: uno que la caracteriza como una tendencia en donde la repetición misma de las experiencias desagradables alberga asimismo una cuota de placer para el sujeto (ceremoniales obsesivos, traslado de experiencias relacionales anteriores a actuales); y otro que habla de la repetición como una tendencia o intento basado en la experiencia conocida a restablecer la situación anterior al trauma (sueños, juego en los niños…).
En el proceso analítico, los fenómenos de transferencia dan cuenta de cómo se actualiza el conflicto reprimido en la relación con el analista. Tomando prestadas palabras de Foulkes, el analizado tiende a revivir todas sus relaciones anteriores con otras personas, que continúan activas en su mente porque no han llegado a una conclusión satisfactoria. Al hacerlo imbuye al analista de todas las características de sus imágenes mentales, le asigna los roles de las personas más importantes de su vida anterior, remontándose hasta su infancia. De este modo, la transferencia aparece como otro escenario de la repetición, en donde las figuras primordiales, imagos parentales y afectos ligados al pasado, retornan en la situación analítica.
El analista sabe que el paciente experimenta y comunica sus conflictos más vitales e inconscientes por medio de la repetición. No sólo han sido olvidados, sino que no pueden ser rememorados de un modo directo, porque nunca han sido experimentados en un lenguaje articulado. La situación social, la otra persona, se convierte en indispensable y el analista permite al analizado vincular su vida pasada con su presente, actualizar sus conflictos y, de esta forma, conseguir una mejor integración. Es por ello que, como apuntan Laplanche y Pontalis, el modelo teórico de la cura analítica establece el recuerdo, la repetición transferencial y el trabajo elaborativo como etapas fundamentales del proceso terapéutico.
Freixas propone un ejemplo que ilustra esta tendencia a la repetición de manera más sencilla: Un niño que se sintió muy marginado en casa, viendo que la madre siempre tenía más tiempo para su hermano más pequeño y, en cambio, no tenía suficiente para él, puede estructurar un sentimiento de que no vale, de que no es importante para el otro… Sabemos que estos sentimientos no responden a la realidad dado que la madre tiene que dedicar cuidados al hermano pequeño, cuya edad demanda y hace impostergables. Además, antes de nacer el hermano, el niño ha experimentado vivencias de afecto y protección por parte de su madre. Sin embargo, el niño en cuestión no lo ve y solo alimenta dentro de sí el sentimiento de ser marginado, de que no es lo bastante importante para que la madre le preste atención, o se alimenta de la sensación de pérdida que supone la llegada de su hermano menor, convirtiendo la situación en traumática por la indefensión vivida ante la misma y su continuidad.
Pues bien, si esto no quedó suficientemente resuelto, cuando sea mayor este sentimiento se puede reactivar ante una situación que directa o indirectamente lo evoque (con la pareja, en el trabajo, con sus superiores…) Entonces revivirá aquellos mismos sentimientos de marginación de la infancia que no están resueltos, la sensación de que no es lo bastante importante para ser considerado por el otro, bien sea que la realidad apoye o no esta vivencia.
Para el sistema nervioso es una actividad mucho más complicada imaginarse lo que producirá placer (hay que formar imágenes y buscar los caminos por los que conseguir que se repitan en la realidad) que no repetir lo que ya se ha vivido. Así se cumple un principio fisiológico general. El organismo, en general, y el sistema nervioso, en particular, son primariamente conservadores (por suerte, secundariamente pueden ir más allá de este conservadurismo). Pero esta compulsión que Freud detectó permite explicar cosas que van más allá del individuo aislado.

Tomemos otro ejemplo, que surgió en un grupo de formación de terapeutas con el que trabajamos hace algún tiempo, para ilustrar mejor el concepto:
“El Calabaza” fue la historia que trajo Luis al grupo. Comentó los conflictos que solía tener con un compañero de trabajo, el cual le hacía “dispararse” cada vez que se dirigía a él. Mientras Luis comentaba una situación que había ocurrido con su compañero de trabajo esa misma mañana, el grupo fue capaz de detectar una intensa reacción emocional por parte de Luis, que no se ajustaba del todo a una reacción acorde a la situación real y a su “forma de ser” frente a otros. Al profundizar sobre este aspecto, Luis pudo retroceder a su infancia donde recordó un momento en el que sitió la misma emoción con un amigo del patio de su casa, “el calabaza”, al que describió como un “chico pelirrojo que siempre estaba haciendo de las suyas en la pandilla, que iba de chulito e intentaba quedar siempre por encima de él”. Esto no sólo le enfadaba mucho, sino que además sentía gran frustración ante su incapacidad por mostrar sus emociones y darse valor ante las conductas de este chico.
El grupo le invitó a recordar otras cosas de aquella época además de la experiencia con “El Calabaza”. No le costó mucho rescatar el olor de la sopa de su abuela, esa que inundaba el patio y le recordaba lo seguro y querido que ella le hacía sentir. Recordó también su canica azul, aquella que ganó en una dura competición con el grupo del barrio de al lado, la llevaba siempre en el bolsillo para recordarse que era capaz de conseguir cualquier reto. También pensó en sus dos amigos incondicionales de la pandilla, con ellos podía ser “él mismo”, se sentía seguro y acogido. El grupo no dudó en reflejarle cuánto parecía echar de menos sentirse seguro. Así que con estas imágenes a cuestas fue capaz de recordar y hablar de esa difícil sensación que lo acompañaba la mayor parte del tiempo, sentirse indefenso, pequeño e inseguro, en especial frente a las exigencias de la familia de “ser un guerrero ante todo” y la enorme imagen de su hermano Manuel, que tanto admiraba, de chico seguro y extrovertido. Recordó al pensar en todo ello la rabia que sentía hacia sí mismo cuando se veía tan desvalido, así como el enorme esfuerzo que hacía para mostrarse seguro.
El grupo acompañó a Luis en sus recuerdos y la rabia había bajado su intensidad y se había convertido en algo más. ¿Qué movilizaba en Luis “El Calabaza”? Probablemente esa imagen de “un chico que finge ser algo que no es, que se intenta mostrar grande cuando en realidad se siente pequeño”. Así, Luis avanzó en el tiempo hasta la escena que le acababa de ocurrir esa misma mañana con su compañero de trabajo, también un chico que depende mucho de las opiniones y criterios de los demás.
Con esas imágenes del pasado puestas en el presente, Luis comentó “cuando empecé a contaros acerca de mi compañero de trabajo, estaba sumamente enfadado, frustrado… Ahora le veo distinto, como al Calabaza… Me recordaban cosas que detesto de mí y que intento siempre poner freno...Ya no siento tanta rabia, quizá me faltaba verle desde otra perspectiva o verme a mi desde otra perspectiva… Reconocer que me molesta sentirme tan pequeño e inseguro ante algunas cosas”.
Sin darse cuenta, cada vez que a Luis se le presentaba una situación similar, aparecía la misma sensación (impotencia, rabia) sin saber por qué sentía tanta intensidad ni porqué reaccionaba de manera tan “impulsiva” e irreflexiva, y repetía los mismos comportamientos, aunque estos estuvieses fuera de contexto. Le enfadaba no entender por qué reaccionaba así.
Una vez que Luis consiguió asociar ambas experiencias y entender la conexión emocional entre ellas, así como la manera en la que una evocaba a la otra, pudo comprender los mecanismos que subyacían a su reacción y es posible que Luis pudiese elaborar de manera distinta cómo gestionar sus reacciones ante situaciones similares que se le presenten.
Con frecuencia no vemos en los demás sino representaciones de nuestros fantasmas internos, como si se tratara de actores a los que les asignamos los papeles de nuestros personajes inconscientes. Convertimos así nuestra relación con ellos en un intento de resolver los conflictos inconscientes que tenemos con las personas a las que representan para nosotros. Sin embargo, es un compromiso con nuestro propio crecimiento poder afrontar aquellas situaciones de insatisfacción y conflictos internos, dándoles un nuevo significado. Hemos de elaborar aquellos malestares en un nuevo escenario y darnos el espacio para desvelar la forma en la que nos relacionamos con otros y con nosotros mismos.
Artículo de Kreadis con información de:
La Familia, comprensión dinámica e intervenciones terapéuticas – Alfons Icart y Jordi Freixas
Caparrós, N. - La Consigna. Contribuciones para una teoría psicoanalítica de los grupos. Clínica y Análisis Grupal - 1986 - Nº 41
Caparrós, N., García de la Hoz, A. y cols - La teoría del grupo y sus aplicaciones clínicas. Papeles del Psicólogo, 1985. Vol (19)
Foulkes, S.H. - Introducción a la psicoterapia grupoanalítica (1948)
La compulsión a la repetición - Dr. Oliveros - por Dr. Sergio Oliveros Calvo, Psiquiatra Madrid (Grupo Doctor Oliveros.
Oriol Martí Casas – Compulsión a la repetición “Más allá del principio del placer" – www.lahaine.org

Jean LaPlanche y Jean-Bertrand Pontalis- Diccionario de Psicoanálisis

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