“Ya las cosas no serían tan fáciles, porque me
pesa la experiencia anterior, que fue buena como
experiencia, pero sería terrible como repetición.
Mario Levrero
La compulsión a la repetición es un
concepto psicoanalítico que hace referencia a un proceso irrefrenable y de
origen inconsciente, en el cual se da la repetición constante de una situación
o la re-vivencia de un sentimiento que, paradójicamente, no es adaptativo y
además suele vivirse como doloroso. El sujeto repite experiencias antiguas
mientras tiene la impresión de que se trata de algo motivado por lo actual.
El tema de la repetición en el ser
humano es un dilema que acapara el interés, no solo desde el punto de vista
psicoanalítico, sino asimismo desde lo filosófico, lo psicosocial, el arte, las
teorías del aprendizaje... Así lo muestran variadas reflexiones de pensadores
prominentes de nuestra historia, así como distintos refranes populares. Sin
embargo, la compulsión a la repetición va más allá del “tropezar dos veces con
la misma piedra”.
Es por ello que nos gustaría dedicarle
unas líneas a este concepto, dadas las implicaciones clínicas que tiene, así
como su importancia en la experiencia del sujeto y en el curso del proceso
analítico.
La noción de repetición se instala en el cuerpo teórico psicoanalítico tempranamente.
Se intentaba dar un fundamento a la tendencia de los seres humanos a repetir
actos, pensamientos, sueños, juegos, escenas o situaciones desagradables o
incluso dolorosas y que persiguen la producción de algún acontecimiento o su
evitación. Desde las primeras formulaciones teóricas, la repetición se asoma
como un aspecto a tener en cuenta, partiendo de cómo lo inconsciente, o lo
reprimido, busca mecanismos para “retornar” al presente o manifestarse en el
escenario de lo actual.
Si tenemos en cuenta que aquello que
se traslada a la repetición, vista como mecanismo, es algo que proviene de otro
lugar, del inconsciente, la cuestión adquiere una gran relevancia: conocer la
calidad de aquello que se repite, implica poder orientar correctamente la
dirección de la cura.
Laplanche y Pontalis señalaban uno de
los esfuerzos más evidentes de comprensión que supone la compulsión a la repetición:
dado que las experiencias que se repiten son manifiestamente displacenteras,
cuesta entender, a primera vista, qué parte del sujeto podría encontrar
satisfacción en su realización o vivencia, aunque se traten de comportamientos
incoercibles (irresistibles), caracterizados por la compulsión que es propia de
todo lo que emana del inconsciente.
Muchos autores divergen en cuanto a la explicación teórica de esta repetición compulsiva de lo displacentero. En la visión de S. Oliveros, los actos, desencadenados por un estímulo, responden directamente a lo pulsional y, si bien existe en quien los realiza un cierto intento de resistirse, dicho intento fracasa necesariamente. Aunque pueda parecer que su realización comporta algún placer –es decir, un proceso que culmina con un desahogo de la tensión psíquica en quien lo lleva a cabo- la realidad parece desmentirlo: lo que pasa es que la descarga, supuestamente placentera es cada vez es más corta, menos intensa, y el relajamiento posterior a la descarga es menor y dura cada vez menos, obligando a otra repetición. Así pues, el ciclo de la repetición se hace cada vez más corto, más recurrente y, paralelamente, más difícil de ser roto.
Muchos autores divergen en cuanto a la explicación teórica de esta repetición compulsiva de lo displacentero. En la visión de S. Oliveros, los actos, desencadenados por un estímulo, responden directamente a lo pulsional y, si bien existe en quien los realiza un cierto intento de resistirse, dicho intento fracasa necesariamente. Aunque pueda parecer que su realización comporta algún placer –es decir, un proceso que culmina con un desahogo de la tensión psíquica en quien lo lleva a cabo- la realidad parece desmentirlo: lo que pasa es que la descarga, supuestamente placentera es cada vez es más corta, menos intensa, y el relajamiento posterior a la descarga es menor y dura cada vez menos, obligando a otra repetición. Así pues, el ciclo de la repetición se hace cada vez más corto, más recurrente y, paralelamente, más difícil de ser roto.
Otras posturas más “intermedias”,
hablan de la compulsión a la repetición desde dos polos: uno que la caracteriza
como una tendencia en donde la repetición misma de las experiencias
desagradables alberga asimismo una cuota de placer para el sujeto (ceremoniales
obsesivos, traslado de experiencias relacionales anteriores a actuales); y otro
que habla de la repetición como una tendencia o intento basado en la
experiencia conocida a restablecer la situación anterior al trauma (sueños,
juego en los niños…).
En el proceso analítico, los fenómenos
de transferencia dan cuenta de cómo se actualiza el conflicto reprimido en la
relación con el analista. Tomando prestadas palabras de Foulkes, el analizado
tiende a revivir todas sus relaciones anteriores con otras personas, que
continúan activas en su mente porque no han llegado a una conclusión satisfactoria.
Al hacerlo imbuye al analista de todas las características de sus imágenes
mentales, le asigna los roles de las personas más importantes de su vida
anterior, remontándose hasta su infancia. De este modo, la transferencia
aparece como otro escenario de la repetición, en donde las figuras
primordiales, imagos parentales y afectos ligados al pasado, retornan en la
situación analítica.
El analista sabe que el paciente
experimenta y comunica sus conflictos más vitales e inconscientes por medio de
la repetición. No sólo han sido olvidados, sino que no pueden ser rememorados
de un modo directo, porque nunca han sido experimentados en un lenguaje
articulado. La situación social, la otra persona, se convierte en indispensable
y el analista permite al analizado vincular su vida pasada con su presente,
actualizar sus conflictos y, de esta forma, conseguir una mejor integración. Es
por ello que, como apuntan Laplanche y Pontalis, el modelo teórico de la cura
analítica establece el recuerdo, la repetición transferencial y el trabajo elaborativo como etapas
fundamentales del proceso terapéutico.
Freixas propone un ejemplo que ilustra
esta tendencia a la repetición de manera más sencilla: Un niño que se sintió
muy marginado en casa, viendo que la madre siempre tenía más tiempo para su
hermano más pequeño y, en cambio, no tenía suficiente para él, puede
estructurar un sentimiento de que no vale, de que no es importante para el
otro… Sabemos que estos sentimientos no responden a la realidad dado que la
madre tiene que dedicar cuidados al hermano pequeño, cuya edad demanda y hace
impostergables. Además, antes de nacer el hermano, el niño ha experimentado
vivencias de afecto y protección por parte de su madre. Sin embargo, el niño en
cuestión no lo ve y solo alimenta dentro de sí el sentimiento de ser marginado,
de que no es lo bastante importante para que la madre le preste atención, o se
alimenta de la sensación de pérdida que supone la llegada de su hermano menor,
convirtiendo la situación en traumática por la indefensión vivida ante la misma
y su continuidad.
Pues bien, si esto no quedó
suficientemente resuelto, cuando sea mayor este sentimiento se puede reactivar
ante una situación que directa o indirectamente lo evoque (con la pareja, en el
trabajo, con sus superiores…) Entonces revivirá aquellos mismos sentimientos de
marginación de la infancia que no están resueltos, la sensación de que no es lo
bastante importante para ser considerado por el otro, bien sea que la realidad
apoye o no esta vivencia.
Para el sistema nervioso es una
actividad mucho más complicada imaginarse lo que producirá placer (hay que
formar imágenes y buscar los caminos por los que conseguir que se repitan en la
realidad) que no repetir lo que ya se ha vivido. Así se cumple un principio
fisiológico general. El organismo, en general, y el sistema nervioso, en
particular, son primariamente conservadores (por suerte, secundariamente pueden
ir más allá de este conservadurismo). Pero esta compulsión que Freud detectó permite
explicar cosas que van más allá del individuo aislado.
Tomemos otro ejemplo, que surgió en un grupo de formación de terapeutas con el que trabajamos hace algún tiempo, para ilustrar mejor el concepto:
Tomemos otro ejemplo, que surgió en un grupo de formación de terapeutas con el que trabajamos hace algún tiempo, para ilustrar mejor el concepto:
“El Calabaza” fue la historia que
trajo Luis al grupo. Comentó los conflictos que solía tener con un compañero de
trabajo, el cual le hacía “dispararse” cada vez que se dirigía a él. Mientras
Luis comentaba una situación que había ocurrido con su compañero de trabajo esa
misma mañana, el grupo fue capaz de detectar una intensa reacción emocional por
parte de Luis, que no se ajustaba del todo a una reacción acorde a la situación
real y a su “forma de ser” frente a otros. Al profundizar sobre este aspecto, Luis
pudo retroceder a su infancia donde recordó un momento en el que sitió la misma
emoción con un amigo del patio de su casa, “el calabaza”, al que describió como
un “chico pelirrojo que siempre estaba haciendo de las suyas en la pandilla,
que iba de chulito e intentaba quedar siempre por encima de él”. Esto no sólo
le enfadaba mucho, sino que además sentía gran frustración ante su incapacidad
por mostrar sus emociones y darse valor ante las conductas de este chico.
El grupo le invitó a recordar otras
cosas de aquella época además de la experiencia con “El Calabaza”. No le costó
mucho rescatar el olor de la sopa de su abuela, esa que inundaba el patio y le
recordaba lo seguro y querido que ella le hacía sentir. Recordó también su
canica azul, aquella que ganó en una dura competición con el grupo del barrio
de al lado, la llevaba siempre en el bolsillo para recordarse que era capaz de
conseguir cualquier reto. También pensó en sus dos amigos incondicionales de la
pandilla, con ellos podía ser “él mismo”, se sentía seguro y acogido. El grupo
no dudó en reflejarle cuánto parecía echar de menos sentirse seguro. Así que
con estas imágenes a cuestas fue capaz de recordar y hablar de esa difícil
sensación que lo acompañaba la mayor parte del tiempo, sentirse indefenso,
pequeño e inseguro, en especial frente a las exigencias de la familia de “ser
un guerrero ante todo” y la enorme imagen de su hermano Manuel, que tanto
admiraba, de chico seguro y extrovertido. Recordó al pensar en todo ello la
rabia que sentía hacia sí mismo cuando se veía tan desvalido, así como el
enorme esfuerzo que hacía para mostrarse seguro.
El grupo acompañó a Luis en sus
recuerdos y la rabia había bajado su intensidad y se había convertido en algo
más. ¿Qué movilizaba en Luis “El Calabaza”? Probablemente esa imagen de “un
chico que finge ser algo que no es, que se intenta mostrar grande cuando en
realidad se siente pequeño”. Así, Luis avanzó en el tiempo hasta la escena que
le acababa de ocurrir esa misma mañana con su compañero de trabajo, también un
chico que depende mucho de las opiniones y criterios de los demás.
Con esas imágenes del pasado puestas
en el presente, Luis comentó “cuando empecé a contaros acerca de mi compañero
de trabajo, estaba sumamente enfadado, frustrado… Ahora le veo distinto, como
al Calabaza… Me recordaban cosas que
detesto de mí y que intento siempre poner freno...Ya no siento tanta rabia,
quizá me faltaba verle desde otra perspectiva o verme a mi desde otra
perspectiva… Reconocer que me molesta sentirme tan pequeño e inseguro ante
algunas cosas”.
Sin darse cuenta, cada vez que a Luis
se le presentaba una situación similar, aparecía la misma sensación
(impotencia, rabia) sin saber por qué sentía tanta intensidad ni porqué
reaccionaba de manera tan “impulsiva” e irreflexiva, y repetía los mismos
comportamientos, aunque estos estuvieses fuera de contexto. Le enfadaba no
entender por qué reaccionaba así.
Una vez que Luis consiguió asociar
ambas experiencias y entender la conexión emocional entre ellas, así como la
manera en la que una evocaba a la otra, pudo comprender los mecanismos que
subyacían a su reacción y es posible que Luis pudiese elaborar de manera
distinta cómo gestionar sus reacciones ante situaciones similares que se le
presenten.
Con frecuencia no vemos en los demás
sino representaciones de nuestros fantasmas internos, como si se tratara de actores
a los que les asignamos los papeles de nuestros personajes inconscientes.
Convertimos así nuestra relación con ellos en un intento de resolver los
conflictos inconscientes que tenemos con las personas a las que representan
para nosotros. Sin embargo, es un compromiso con nuestro propio crecimiento
poder afrontar aquellas situaciones de insatisfacción y conflictos internos,
dándoles un nuevo significado. Hemos de elaborar aquellos malestares en un
nuevo escenario y darnos el espacio para desvelar la forma en la que nos
relacionamos con otros y con nosotros mismos.
Artículo
de Kreadis con información de:
La
Familia, comprensión dinámica e intervenciones terapéuticas – Alfons Icart y
Jordi Freixas
Caparrós,
N. - La Consigna. Contribuciones para una teoría psicoanalítica de los grupos.
Clínica y Análisis Grupal - 1986 - Nº 41
Caparrós,
N., García de la Hoz, A. y cols - La teoría del grupo y sus aplicaciones
clínicas. Papeles del Psicólogo, 1985. Vol (19)
Foulkes,
S.H. - Introducción a la psicoterapia grupoanalítica (1948)
La
compulsión a la repetición - Dr. Oliveros - por Dr. Sergio Oliveros Calvo,
Psiquiatra Madrid (Grupo Doctor Oliveros.
Oriol
Martí Casas – Compulsión a la repetición “Más allá del principio del placer"
– www.lahaine.org
Jean
LaPlanche y Jean-Bertrand Pontalis- Diccionario de Psicoanálisis
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