miércoles, 30 de marzo de 2016

La violencia invisible


Ilustración Christian Schloe
Existe una suerte de “violencia invisible” en los sucesos o emociones en nuestro día a día que pasa inadvertida; la crueldad en lo ínfimo, el daño soterrado, la práctica de «lo malo» que, por cotidiana, sin saberlo, se convierte en aceptable y en hábito incorporado sin apenas conciencia.
Nuestro objetivo con este artículo es desenmascarar este tipo de "mal cotidiano" que sufren algunos niños en nuestra sociedad actual para, en la medida de lo posible, identificarlo y ponerle freno.
Hoy en día muchos adultos aún creen que los niños no son capaces de recordar sus experiencias y vivencias tempranas en un futuro, pensando que las consecuencias de los daños que se les ocasiona son mínimas precisamente porque son «todavía niños». Esta actitud pone en evidencia un enorme vacío en donde debería colarse la empatía.
Afortunadamente, hay cada vez más consciencia acerca del maltrato infantil, la sociedad está más sensibilizada y actualmente se ponen en marcha dispositivos para combatirlo y proteger a los niños. También se ven más acciones de defensa y respuestas de la ciudadanía contra estas actitudes; por ejemplo, son más frecuentes las respuestas en contra de gestos de violencia en lugares públicos por parte de aquellos que son testigos de la misma o quienes sospechan de ella.
No obstante, a pesar de saber que las consecuencias son evidentes, aún existe una pequeña parte de la sociedad que se muestra apática e inmune ante dichas consecuencias. Al igual que estas actitudes cada vez se denuncian más cuando se detectan en lugares públicos, no suele ocurrir lo mismo cuando éstas ocurren en la intimidad. Este entorno parece proteger al adulto y desproteger al niño.
Durante el siglo pasado, la naturalización del castigo en las prácticas educativas era moneda corriente tanto en el interior de la familia como en las instituciones educativas. Orientar, corregir, señalar, encauzar, modelar... formaban parte de las funciones primarios de la familia y la escuela. Hoy llamamos violentas a las formas cotidianas empleadas en esos momentos para lograr tales objetivos. El castigo en la educación fue planteado como un mal necesario, en el mejor de los casos, para evitar males mayores y “con las mejores intenciones”.
En 1964, se consigue que el maltrato infantil se reconozca legalmente y se comience a hablar de él (hasta entonces “lo que no tenía nombre, no existía"), aunque referido exclusivamente al maltrato físico.
Foto Crush Culdesac
El modelo familiar ha ido cambiando a lo largo del último siglo. Hemos pasado de una familia extensa en la que existían estrechas relaciones entre los miembros de la familia (hermanos, tíos, primos, sobrinos, abuelos) a familias más reducidas, aisladas y en las que las relaciones entre los miembros no son diarias ni conforman un hábito. En las familias extensas, existía un número amplio de personas con capacidad para opinar e influir en los hábitos de educación de los niños pertenecientes a la misma, o cuestionar malas prácticas ejercidas por los padres. En las actuales familias, la influencia cultural del grupo sobre la educación de los niños no es tan directa y la capacidad de otros miembros para cuestionar malos hábitos está muy mermada.
Esa violencia invisible, como la llamábamos al principio, ocurre en todas las clases sociales y es ejercida generalmente, por los propios padres de los niños mediante prácticas incorrectas de crianza. Suelen ser padres que tienen una creencia –más o menos consciente- de que su deber es ejercer control sobre el comportamiento de los hijos, generando con ello hijos temerosos, inseguros, aislados, incapaces de responder con autonomía a los retos de la vida. Aunque el perfil de estos padres puede ser variable, la mayoría de ellos son, de alguna forma, esclavos de su propia historia, y en muchos casos recurren a esta forma cotidiana de violencia como esquema de enfrentamiento a la situación de dificultad que le plantean sus hijos.
Es en los primeros tiempos del desarrollo cuando el ser humano se encuentra en una situación de mayor vulnerabilidad y dependencia del entorno, cuando las fallas en el cuidado y acompañamiento pueden generar más dramáticas consecuencias y profundas alteraciones en el entendimiento de la vida en general y de las relaciones en particular. Por lo tanto, el origen de la violencia se encuentra fundamentalmente en la familia cuando ésta no puede facilitar el acompañamiento y cuidado necesarios que posibilitan el grado de independencia e individuación necesarios.
El niño, a medida que se va desarrollando, requiere de una mayor atención e interacción social, exploración del entorno y autonomía. Esto puede generar conflicto en padres a los que la figura del hijo empieza a requerir de exigencias (físicas y emocionales) no previstas y ante las cuales tienen dificultad para responder.
De darse esta situación, es probable que aparezcan conductas de violencia cotidiana, tales como:
Foto Takashi Kawashi
  • Humillaciones,
  • Desprecio
  • Castigo al movimiento,
  • Suprimiendo las propias necesidades del niño
  • Infringiendo castigos injustos
  • Descalificando sus cualidades
  • No reconociendo sus aptitudes
  • Diciéndole calificativos negativos, groseros, soeces o vejatorios
  • Gritándole
  • Avergonzándole
  • No atendiéndole a tiempo
  • Restando importancia a sus prioridades
  • No reconociendo ni validando sus emociones o sentimientos
  • No jugando con él
  • Siendo cruel
  • Ignorándole
  • Aislándole
  • Faltándole al respeto
  • Con falta de diálogo y comunicación
  • Con el abandono encubierto, viviendo pero no estando con ellos
  • Pegándole de manera habitual, como reacción al enfado que nos ha producido su comportamiento
  • Castigando con frecuencia o sin motivo alguno
  • Manipulándole
  • Engañándole

Cuando el niño sufre estos tipos de maltrato de manera continuada, sin que ningún testigo intervenga en su favor, su integridad sufre una herida.
Existen modelos de padres -cada vez menos, afortunadamente- que hacen de sus hijos víctimas propiciatorias; acto, en alguna medida, legitimado por la sociedad y engalanado con el título de educación. En muchos de estos casos, los padres maltratan a sus hijos como pauta relacional que viene precedida por la forma en la que ellos mismos fueron tratados por sus propios padres. Así, el mal tiende a normalizarse y convertirse en una especie de espiral que deja huella a nivel transgeneracional, asentándose la raíz de la futura violencia con cada acto y de manera continua.
El niño que sufre este tipo de maltrato suele aprender a reaccionar de la misma forma: maltratando a los más débiles y es así como aparece, de manera temprana, la confusión en el niño que se manifiesta de diversas formas: mal comportamiento, bajos resultados académicos, conductas indeseables, agresiones a otros y a sí mismo...
El problema es que los niños no lo tienen fácil para defenderse de la violencia que proviene de su cotidianeidad (padres, familiares cercanos, profesores, adultos de su entorno, etc...) y, en estos casos, están obligados a suprimir y reprimir las reacciones naturales que esta "agresión" les provoca, como la cólera o la angustia.
Foto Radix
Estos sentimientos de cólera, impotencia, desesperación, dolor, desconectados de su verdadero origen, tratan por todos los medios de expresarse a través de actos destructores, que se dirigirán contra otros (violencia, agresión, ...), o contra sí mismo (adiciones, somatizaciones, trastornos psíquicos, ...). El niño, en su soledad, siente la experiencia del dolor como algo insoportable, y la cólera la tiene, de alguna forma, “prohibida”. Para afrontar la situación de maltrato suele, como principal opción, contener sus sentimientos, reprimir el recuerdo del evento traumático, justificar a sus agresores: "lo hacen por mi bien", "me lo he merecido", "no he obedecido" o normalizar la violencia como pauta de relación “me pega porque me quiere”.
Cuando un niño es maltratado por algún adulto de su entorno cercano, tiende a sentirse culpable de la crueldad de estos. Sin embargo, se encuentra en una posición de dependencia ante ellos por lo que los disculpa así de su responsabilidad, trasladando la rabia o decepción a sí mismo, a menudo culpabilizándose.
Algunos padres no son conscientes del daño que imprimen –tampoco lo son del maltrato emocional y/o físico al que pudieron estar expuestos en su día - y buscan ayuda ante otras conductas que manifiesta el niño, obviando y desconociendo la raíz de la violencia, por evidente que pueda parecer a ojos de un observador objetivo.
En el seno familiar ocurre lo mejor, lo más amoroso, pero también lo peor y lo más dañino. Bien es cierto que nadie desea estar mal en su familia pero no disponen del conocimiento necesario para relacionarse de manera diferente a como aprendieron, de forma que se encuentran atrapados en espirales de violencia de las que no pueden salir si no es acompañados por terceros.
En los casos en los que los padres justifican las agresiones como destinadas a la “educación y disciplina” del niño (como los azotes, gritos, insultos, etc...), y son ellos mismos los que acuden en busca de ayuda profesional (en la mayoría de casos por otras conductas que ven en el niño), muchos de ellos están dispuestos a renunciar a una relación de poder, y quieren ayudar sinceramente a sus hijos sin saber cómo hacerlo. Cuando al niño se le demuestra interés por lo que él siente, vive un momento de gran alivio mezclado con una confusa sensación de justicia… Se trata de re-construir la relación, alimentando la confianza mutua, y suprimiendo la armadura que aislaba al niño.
Numerosos son los niños que presentan problemas de comportamiento en la actualidad y numerosas son también las propuestas que atienden dichos problemas. Desgraciadamente muchas de ellas se apoyan, en general, en conceptos pedagógicos según los cuales es posible y necesario inculcar adaptación y sumisión a los niños «difíciles». Todas ellas tienen en común el callar o ignorar el hecho de que cada niño problemático expresa con su comportamiento la falta de respeto a su integridad y una herida emocional. No obstante, no se puede ayudar verdaderamente a un ser lastimado a curar sus heridas negándose a verlas.
Tanto la frustración como el dolor son vivencias necesarias para el crecimiento y la maduración pero no cuando son propiciados e intencionalmente provocados. Si el proceso de crecimiento no va acompañado de cariño, en lugar de integración se producen situaciones escindidas que se transforman en desintegración y violencia. La violencia puede ser el resultado de un fracaso, de algo que se tenía que haber dado y no se dio.
La posibilidad de poder re-interpretar la historia tanto de los padres como de los niños con la ayuda de un profesional que, entre otras cosas, rescate las partes sanas de cada uno para dar sentido a sus vivencias, ayudará a restablecer los síntomas físicos y psíquicos (agresión, depresión...).
Foto Carl Court
La familia desintegrada es la mejor máquina de producción de personas desintegradas. Una familia estructurada, con un ambiente respetuoso, comprometido y cálido entre los padres, con reconocimiento hacia los hijos en su proceso de individuación e independencia, sigue siendo el mejor instrumento de acompañamiento y respuestas a las necesidades del desarrollo de un ser humano. Tanta ciencia, tanto avance y finalmente algo tan antiguo como la familia, como el cariño, el abrazo, la solidaridad, la empatía, el respeto... Esos siguen siendo los alimentos necesarios para los seres humanos, sumidos en su pequeñez y soledad existencial.
Si los padres se dirigen a sus hijos con respeto, atención y benevolencia reconociendo sinceramente sus faltas sin decir: «es tu comportamiento el que nos ha obligado a tratarte así», muchas cosas cambian. El niño tiene así ante él un modelo que le permite encontrar su camino. Ya no se intenta «cambiar» al niño para que resulte más agradable.
Foto María Vila
En la medida en que los padres se permitan descubrir de manera sincera y sin ambigüedades la fuente de información oculta en la vida del niño, están ayudando indirectamente también a la sociedad en general y a la ciencia en particular, a aumentar el nivel de consciencia.


“Si el maltrato de los niños en nuestra sociedad, es parte de una cultura maltratante y una cultura maltratante está hecha de rutinas y de prácticas cotidianas que son percibidas como naturales, únicamente cambiando desde la vida cotidiana esas prácticas, podremos prevenir y cambiar la situación de un niño”
José Laso


Fuentes:
  • Miller, Alice: "Salvar tu vida. La superación del maltrato en la infancia". Tusquets Editores. 2009 - alice-miller.com
  • José Mª Ayerra - La Violencia
  • La violencia cotidiana en el ámbito escolar Algunas propuestas posibles de prevención e  intervención Por María Inés Bringiotti
  • El Maltrato infantil: un asunto cotidiano - Alejandra Buitrago
  • Laso, José: “Prensa y Maltrato infantil
  • A partir de reflexiones surgidas en el Curso de Formación de Postgrado para Psicoterapeutas "El grupo. De la Barbarie a la guerra global" dirigido por Isabel Sanfeliu Santa Olalla - 2015 - 2016




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