«Cuando
aparecieron cerebros capaces de pensar, empezaron pensando en el cuerpo.»
A.
R. Damasio en El error de Descartes
Cuerpo y psiquismo se sostienen mutuamente en el proceso de crecimiento de un sujeto, no se conciben el uno sin el otro. En ese proceso, el otro está siempre presente; otros que estimulan o disipan vínculos, otros que miran, tocan, evitan, se mueven… (…) El cuerpo del paciente psicosomático ensaya llenar vacíos de pensamiento con síntomas. Lo emocional desinvestido, es detectado y denunciado por los integrantes del grupo, ellos ponen palabras allí donde el sujeto experimenta vacío, las cadenas asociativas tejen emociones y pensamiento.
Cada escenario de la vivencia del sujeto, desencadena diversas reacciones en los integrantes del grupo al que pertenece (bien sea el grupo terapéutico o el grupo cotidiano), que se van coordinando paso a paso para hacer frente o adaptarse a lo novedoso de la situación. El deseo y la falta mantienen la movilidad energética en donde lo psíquico y lo somático se ven en continua interrelación a la vez dinámica y conflictiva, relación que impregnará asimismo el plano social.
No siempre se es consciente de cuándo
fallan ciertos procesos en el organismo, las alertas instrumentales se ven
acalladas en ocasiones por defensas de todo tipo que temen la desorganización.
El dolor psíquico y el físico se encuentran ligados entre sí: se apoyan uno en otro, bien sea como desencadenante o consecuencia, se retroalimentan y acaban por confluir. Su percepción es matizada por la forma en que habitualmente lo descifra y responde el entorno de quien lo sufre. Ciertas situaciones dolorosas se cronifican y lo adaptativo actúa reorganizando el conjunto hasta lograr un nuevo equilibrio que normaliza aparentemente el escenario, modificando en cualquier caso la relación con el medio.
El
grupo terapéutico conformado por pacientes con problemas psicosomáticos se
presta como refugio para cuerpos enjaulados de sujetos enmudecidos. Trastoca el
excesivo investimiento del Yo corporal, a favor de la objetalidad. En la
psicoterapia de grupo lo sensorial se impone acompañando o sustituyendo en
algunos momentos a la palabra; placer y displacer se filtran y exteriorizan
ofreciendo menos superficie a resistencias y fingimientos. Las tensiones
sofocadas por posibles racionalizaciones de un sujeto, revierten energía al
grupo, impregnan su espacio. Las pulsiones, sustentadas por psique y soma,
espolean y desorganizan permitiendo una atmósfera propiciadora de nuevos emergentes.
Las representaciones se resienten y transforman a través de la experiencia.
El
proceso tiene un sentido, el trabajo terapéutico esbozará un mapa que se pueda
traducir en palabras. El reto, según Nicolás Caparrós, es elaborar y modificar
las condiciones por las cuales el camino de la emoción se encarna en el
equivalente afectivo que denominamos síntoma. Lo verbalizado no necesitará
encarnarse.
Tomado
de: “Vincularse en bucle. De la leche a la manzana”. Isabel Sanfeliu
(coord.), Laura Díaz Sanfeliu , Cristina Fernández-Belinchón , Silvia
Fernández-Sarcos , Margarita Gasco , Ana Moreno , Yolanda Pecharroman , Teresa
Román y Beatriz Santos.
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